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1/17/2018

Opinión: La Justicia


Una retórica hipócrita

Pienso que cuando se habla de justicia se hace con demasiada hipocresía. Suponemos una justicia igual para todos. Que aun dentro de los distintos estratos sociales que vivimos, los fundamentos legales se amparan dentro de un sistema que en su apariencia resulta ser justo.

Eso fue lo que nos enseñaron. Al menos, la educación que recibí. Pero la realidad: una verdadera utopía. Una falacia. En los salones de clase, nos decían bajo ese argumento demagogo que somos iguales ante los ojos de Dios y el Estado. Sí, creo firmemente que ante Dios todos somos iguales, no así para el Estado. Era una época en que los maestros se comían a los estudiantes, a veces; regla en mano, fungían como retenes en los salones de clase, incluso colegios privados. Hoy, sin embargo, son los estudiantes los que se comen a los profesores. Y eso es una ironía...

Con ese comentario de antaño, "que la justicia es ciega": No. No es ciega. Eso es falso. Se sabe, o al menos en las calles que el efecto de la justicia es que puede ver mejor que nosotros. En las aulas de los salones de clase, fuimos inundados de material escrito, con libros y relatos apasionados de eventos que muchos de ellos eran imprecisos, incompletos, sin decir discriminatorios. Nos inculcaron, sobre todo en colegios católicos, doctrinas morales o religiosas al borde del fanatismo; como en los míos cuando se celebraba la Eucaristía todos los miércoles.

Cabe destacar que aquí en Puerto Rico se dilucida al presente un caso judicial en donde la Arquediócesis de San Juan y el Monseñor Roberto González, les arrebató a decenas de maestros, sus pensiones. Según el licenciado Antonio Bauzá, el proceso se encuentra en el descubrimiento de prueba para eventualmente restituirle a los profesores su retiro.

El problema de ser justos radica que vivimos en un mundo sobre el cual, el aparato legal descansa en la desigualdad. Aquellos que nacen en cuna de oro.., amigos: lo tendrán todo. Y ellos mismos son los que dominan los proceso en los tribunales. Tienen los mejores abogados y se agarran de cualquier instrumento técnico legal para prevalecer. Esa es la realidad. No hay otra.

Venden y compran los casos o se esconden bajo el manto de licenciados litigantes que se han convertido en estrellas de la farándula y los medios. Y los que practican el ejercicio de la defensa criminal, se hacen ricos con el solo hecho de postular en una vista judicial.

Las Leyes, como están definidas y contempladas en diferentes textos jurídicos, se convierten muchas veces en subterfugios para ocultar la verdad. Para tergiversar los hechos con palabras elocuentes y confundir. Vemos salir a todos estos licenciados y ser entrevistados por la prensa, con esos trajes que cuestan más que un vehículo, acompañados de delincuentes y crimínales esbozando a través de micrófonos la ineficiencia policiaca, la torpeza fiscal y las deficiencias sistemáticas profundas de un sistema judicial obsoleto y recalcitrante.

Por ello, que toda esa cuestión emocional de "no perder la fe en el sistema legal" es una prédica hipócrita que nos ha tenido secuestrados bajo normas considerablemente ilícitas y preocupantes. Y seguido con eso, se barajan las sentencias. Personas convictas por corrupción hoy son voces en la radio luego de haberse enriquecido. Pero antes, fueron defendidos por los mejores litigantes del patio.

Ese mismo efecto de la corrupción, destapado en gran medida por el Gobierno Federal a través de su Tribunal en Puerto Rico ha tenido el efecto de dejarse sentir mientras el espectro jurídico legal local se ha quedado en las gradas como espectadores. Hace poco ese mismo tribunal condenó al Juez Superior Manuel Acevedo Hernández de 63 años por cargos de soborno relacionados directamente a a las declaraciones de Lutgardo Acevedo, hombre de 39 años y quien en ese momento era acusado de homicidio negligente y obstrucción a la justicia. Se acusó además a dos fiscales por su presunta participación en el caso. Y de hecho, hay muchos más que no sabemos.

Para concluir, la justicia tiene que estar en manos de seres dignos y honrados; que no se presten a la corrupción tan marcada y que mancilla todos los componentes de la vida civil. Tienen que tener una vocación de vida, no una por el dinero. De no ser así, siempre habremos de estar a merced de grandes intereses, que operan en la oscuridad mientras los abogados comerciales, fiscales corruptos y jueces se vendan por monedas de oro, como Judas, cuando vendió a Jesucristo con un beso en el cachete.

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