Catedral del Viejo San Juan / Fotografía: José Carlo Burgos / Fotoperiodista |
Vengo de una familia Católica. De esa cultura de los domingos de Misa al amanecer escuchando la eucaristía y comulgando. Era algo que cuando niño no se discutía y jamás se cuestionaba. En su cuarto, mi abuela tenía su mesita con su rosario y velas enscendidas con la Biblia abierta. Y alrededor las fotos de sus nietos y casi toda su familia cercana.
Pero eso no era en sí mismo un significado de la Fe. Era una tradición, una costumbre que se hizo parte de un modo de vida que tradicionalmente estaba en la inmensa mayoría de las familias puertorriqueñas en aquella época, hace más de 45 años.
Los sábados, un tiempito después, mientras jugábamos "handball" en las calles con nuestros vecinos, veíamos a una gente con sombrillas y corbatas; y Yo me decía ¿qiénes son esa gente? Iban de casa en casa pululando con unos libritos y revistas de colores hablando de la salvación. A veces mi abuela los recibía, pero jamás daba su brazo a torcer. Era esencialmente Católica, Apostólica y Romana... Elloos eran los Testigos de Jehová.
De la misma forma, aparecían aunque no nos visitaban, tipos bien parecidos, blanquitos como el papel de maquinilla, en bicicletas, también con corbatas. Poco después, uno de mis panas me dijo que "y que eran Mormones". Yo no sabía qué era eso. O tal vez lo intuía puesto que en aquellos días, en la televisión pautaban unos anuncios muy bien hechos de los cuales al final terminaban diciendo: "un mensaje de la Iglesia de los Santos: Mormones".
Al pasar el tiempo y enfrentarme a la escuela intermedia, viajaba a un pueblo que se llama Río Piedras. En un momento histórico que era la meca del mercado urbano en Puerto Rico. Y frente a la Plaza del Mercado se apostaban un grupito con un micrófono, una batería con dos o tres tambores y una guitarra eléctrica. Y allí un Pastor evangélico, cogía dicho micrófono y a través de una bocina medio explotá' vocíferaba como si me estuviese regañando. Para los efectos éramos pecadores y teníamos que convertirnos y dejar la vida mundana y entrar según él a los caminos de la Salvación.
Comprendí tiempo después de tantas denominaciones religiosas, de múltiples teorías sobre el universo religioso que día a día se hacían presentes durante el ejercicio diario de mi vida en aquel momento. Evangélicos, Mita, Catacumbas, Testigos de Jehová, Defensores de la Fe, Prebisterianos y por supuesto la parte fundamentalista religiosa católica que son los del Opus Dei, se viían a diario como si Dios estuviera a su lado ya que todos y cada uno ellos poseían la verdad.
Y siempre en todas esas denominaciones un aspecto en particular sobresalía en algunos de sus partidarios; un estigma extremadamente difícil de poder dejar a un lado: El Fanatismo. Era y es en esencia una conducta irracional que prospera en la ignorancia y falta de sensatez hacia la vida. Se nutre de la obsesión plagada de experiencias obsesivas que en muchos casos la vida y tradición familiar torcida a veces de cierto modo resulta ser trágica. Es un tipo de actitud que raya en la incoherencia y facilita la disposición de cientos de seres humanos que por razones propias de su existenciia se dejan llevar ya sea por la soledad o ese vacío existencial que sucede por razones psicológicas o traumáticas.
Mientras, otros segmentos de la población, ocultos en algún espacio sin anunciarse mantenían su fervor religioso dentro de ese universo espiritual que no se puede hablar o discutir pero que habita en la sociedad; la santería y el espiritualismo. Dentro de esos dos universos, un mundo de gente visitaba a seres que supuestamente tenían facultades divinas y podían detectar el mal, hacer trabajos para entrelazar parejas y "joder" (me disculpan la expresión) al que me quiera hacer daño.
Mesas, despojos, cocos, velas, amuletos; en fin toda una parafernalia que no la puedo ni mencionar pero que adornaban los espacios religiosos más inverosímiles de la vida en común. Las botánicas, sobre todo en áreas económicas vulnerables, mantenían visibles a su público toda una impresionante variedad de imágenes de santos fundamentadas en los aspectos más insospechados del fervor religioso. La Caridad del Cobre, La imagen de la Virgen y el Dios de los Milagros en los estantes rodeados de velas y plantas aromáticas cuyo olor atravesaba sus vitrinas.
Y dentro de todos esos paradigmas de creer o no me encontraba siempre con los cuestionamientos de Fe que cualquier ser humano se hace en su sano juicio. Pero hubo un instante que entre toda esa multitud de pensamientos el concepto de la Reencarnación apareció de pronto. Y aunque este término intuye cientos de teorías y pensamientos pasionales, lo cierto es que que dentro de la sensatez hay áreas sobre las cuáles van más allá del entendimiento humano. El hecho de estar aquí y haber estado durante un sin número de vidas proponía algo en lo que jamás había pensado.
Imaginar que desde siempre nuestro destino ha sido purgar nuestros errores existenciales me dejaba con un sin número de dudas y preguntas. Saber quien en efecto uno era. De dónde veníamos y qué habíamos hecho; y al terminar la jornada milenaria de las vidas ¿entonces qué?
Y tal vez difieran conmigo y con razón. A estas alturas de m ivida, luego de tantas preguntas y dudas, puedo decir al menos en mi caso particular que Sí creo. Creo en Dios. Creo que hay algo que está con nosotros. Y que es una cuestión de Fe personal. No por ninguna Iglesia o creencia o fiilosofía mística. Creo porque en esencia así lo he sentido y aunque suene ilógico es algo que lo defino como La Fe. Más allá de toda esa trayectoria en mi vida, tal vez intentando buscarle la cincos patas al gato y no encontrar respuestas; ya no tengo absolutamente ningún tipo de temor en expresarlo.
Y esa es mi Fe. Creo que ese Dios es algo muy personal, que en nuestra intimidad nos entregamos y oramos. Donde descansan todas esas peticiones y todo ese entorno de personalidad oculto que comete diariamente miles de errores. Es una Fe que no tiene que ver con católicos ni protestantes y mucho menos evangélicos. Es una Fe personal que llena mi espiritu y mantiene mi alma de pie cada día. La que me motiva a encarar los problemas y aceptar los errores de cada cual, la que me ha permitido perdonar cosas que de otro modo jamás hubiese olvidado.
Y no soy perfecto como todo y cualquier ser humano. Que quiero cosas materiales: Por supuesto que sí. Lucho por ellas. A mis 56 años ya no me escondo y no siento nada malo en expresarlo. Hay personas que por sus convicciones fanáticas trato de mantenerlo en secreto para no imponer mis ideas o conceptos de Fe. Y sé que muy probablemente eso está mal.
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