La Música… ¿Cómo definirla? ¿Cómo poder entender el efecto que ella tiene en nuestro espíritu?
Recordar las veces que conducía mi Volkswagen a 90 millas escuchando “Roadhouse Blues” de “The Doors”.
O en medio de un dibujo, cuyos trazos a lápiz los dirigía “Hey Joe” de Jimi Hendrix”.
Definir las circunstancias cuando me distraía con “Free Bird de Lynyrd Skynyrd” y en las pausas de la introspección; al rebuscar el pasado y encontrar Alberto Cortés y mi “Árbol y Yo”.
En fin, desde muy temprano supe que la música es mucho más de lo que yo jamás pude imaginar.
Luego de divagar mi mente con Pink Floyd, Hendrix y Santana, aprendí apreciar la música clásica, la Opera y las famosas Arias.
Luego de divagar mi mente con Pink Floyd, Hendrix y Santana, aprendí apreciar la música clásica, la Opera y las famosas Arias.
Amistades muy queridas me enseñaron el amor por Wagner, Verdi y Beethoven. Conocí a Tchaikovski y obviamente Carmina Burana de Carl Orff.
El Brindis de La Traviata, la obertura maravillosa de Thannhäuser y por supuesto la Novena Sinfonía.
Aprecié esa etapa y amar esa música fue decisivo en mi vida.
Pero lejos de esos conciertos clásicos, repletos de musas de supuesta intelectualidad, estaban las calles.
Los rumberos y músicos que con maletas abiertas se ganaban un poquito de aquí o de allá para remendar sus vidas.
En mi adolescencia nunca les presté atención.
Trato de buscar en mi memoria y no me explico por qué.
Mucho antes, en Barranquitas; en la casa que fue de mi abuela, Doña Mariana; conocí gracias a “Guito” a Facundo Cabral y Jorge Cafrune. Él me enseñó lo que era la Milonga y los cantos de protesta.
Fueron momentos que jamás olvidaré. La hospitalidad y bondad de Digna, y los momentos más sublimes cuando Quique abrió una botella de vino y la compartió conmigo junto a Emma.
Fue mucho tiempo atrás. Pero allí, apartado de una familia estrictamente conservadora en la ciudad, conocí una parte de la familia que amaba la bohemia, la protesta y la música con todo lo que conlleva.
Esas son las cosas que uno se lleva.
En las calles, conocí saxofonistas, los que le daban a las tumbadoras, bongoseros, guitarristas y cantantes.
De manera que a pesar que una de mis frustraciones es no haber sido músico, pues para ello hace falta talento y devoción, me quedaba el hecho de apreciarla como lo he hecho siempre.
La música va atada al arte y es una sintonía de vida y de nuestra existencia.
Es un valor abstracto que se compone y nos hace estremecer. Es tan vibrante y tan fuerte que en circunstancias se materializa como un estandarte, elevando el espíritu de lucha para un cambio político y trascendental.
Es energía. No se destruye: se transforma, está latente y vive en nuestro universo.
Con mi familia cuando niño, aprendí quiénes eran Los Panchos, Felipe Rodríguez y Los Hispanos.
Con mi esposa conocí El Gran Combo, La Sonora Ponceña, Marvin Santiago y al Sonero Mayor: Ismael Rivera sin faltar Héctor Lavoe.
En Cataño conocí la importancia de la música clásica, los conciertos, las veladas y tertulias de algo más que meramente una canción.
En Barranquitas aprendí el significado de la protesta y la irreverencia con los cantautores argentinos y de otros países.
Con los panas de mis hijos me deleité escuchando a Vico-C, El Bueno, el Malo y el Feo, Sácame el Guante y Mundo Frío. Conocí quiénes eran esos exponentes y me impresionó la lírica del Testimonio de la Calle de Lito y Polaco.
Hay miles de géneros. Como dicen, para todos los gustos y sabores.
A mi edad sin embargo tengo unas preferencias muy específicas. Cada vez que las pongo y las escucho es como sentir esa sensación que nunca se ha ido.
Pero en mi jornada como fotógrafo urbano, encontré que además de todo ese conglomerado de cientos de recuerdos, melodías e interpretes, las calles, muchas de ellas se llenan de música.
En las esquinas o eventos especiales, cualesquiera las circunstancias, el sonido de una guitarra penetrante o la voz temblorosa de alguien imitando, o el sonido del cuero cuando los rumberos se juntan, la música toma por asalto esos espacios urbanos para distraernos del humo, la ciudad y particularmente todo un cúmulo de cosas que nos trae de vuelta a nuestra realidad.
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