Foto Mike Krzeszak |
Un arma muy poderosa que requiere educación
Soy un hombre heterosexual de 56 años que viene de una familia divorciada con dos hermanos varones.
He pasado por todas y cada una de las etapas adolescentes que tienen que ver con la sexualidad, descubrimiento, masturbación, intimidad en años de juventud, universitarios, etc.
Soy padre y llevo más de 25 años casado y les puedo decir que he llevado una vida sexual plena con mi compañera desde entonces.
No significa que viva aislado y que no conozca la pornografía.
El que diga a estas alturas que no la conoce: miente.
A mi edad miro hacia atrás y al comparar mi juventud con la tecnología de hoy definitivamente nosotros éramos extremadamente tontos e inocentes.
Jamás hubiésemos pensado ni por un momento que existiría algo así como el Internet.
El problema es que cuando lo analizo a mi edad, estoy convencido que de la misma forma que puede ser la llave de lo mejor, también puede ser la entrada a lo peor del ser humano.
Puerto Rico, distinto a otras sociedades del mundo, el núcleo familiar es muy cerrado. Ignorante y machista con una educación sexual prácticamente nula.
El hombre es hombre y la mujer: mujer y le toca cuidar los hijos, las tareas de la casa, etc.
El hombre no. El hombre trabaja, lleva el pan a su casa. Su vida está en la calle. Y la mujer no tiene que opinar para nada.
Esa noción tan retrógrada fue la que nos crió a muchos de nosotros.
Lo que tenía que ver con el sexo lo aprendíamos en la calle.
Y la calle no siempre es la mejor vehículo o escuela para aprender.
En la universidad salí muchas veces con mis panas de universidad y visitábamos las barras donde bailaban mujeres desnudas.
Una época universitaria donde los bares de este tipo más concurridos resplandecían el paisaje del Viejo San Juan. La Riviera, el Caribe, el Black Angus y el Hawaian Hut eran monumentos de la más sabrosa perversión.
Éramos jóvenes. Solteros y no teníamos ataduras con nadie.
Frente a lo que era la Base Naval, justo al lado de lo que fue Obras Públicas, se colaba al lado del Black Angus, el Hawaian Hut, con una decoración tropical y una tarima repleta de bombillas.
Las chicas del Hawaian se movían desnudas, dándole vueltas al tubo que llegaba hasta el techo.
Cuando la ronda de baile terminaba, se iban caminando detrás de una cortina multicolor hacia los tocadores.
Había una de las bailarinas que siempre que terminaba su baile, totalmente desnuda con apenas unos tacos, se bajaba de la tarima y se quedaba jugando billar y jodiendo con nosotros.
Tocándose, en la buchaca para que falláramos el tiro. Nadie, incluyéndonos podía ponerle un dedo encima, mientras que ella podía tocarse toda y hasta masturbarse si quería.
Esa época la viví intensamente. No existía nada interactivo. Íbamos, bebíamos, no jodíamos a nadie. Simplemente disfrutábamos un rato.
Ya a mi edad, cuando pienso en ello lo más probable es que nunca hubiera pasado. Pero como decía mi abuela, “a lo hecho, pecho”.
No era una pantalla, no eran teclas ni direcciones anónimas. Era en vivo.
Cualquiera puede pensar que fue algo en extremo negativo, de cierto modo no me arrepiento.
Aprendí a tener control de mi mismo. A ver y controlar mis impulsos. Interactuar con un mundo difícil y extremadamente peligroso sobre todo en esas horas de madrugada.
Poco tiempo después había conseguido trabajo y ese mundo se convirtió en cosa del pasado. Pero de la misma manera que ese mundo desapareció y llegó el trabajo, vino el Internet.
Lo demás es historia. Cómo fue evolucionando hasta ser lo que es hoy en día, no habría forma de describirlo.
Y el Internet trajo entre otras cosas la pornografía.
Nunca en mi sano juicio pensé ver cosas como las he visto en las redes.
Para algunos que no tienen los salvaguardas de personalidad que vienen desde la educación se puede convertir en un arma letal que al final le carcome la individualidad.
Cualquiera puede colocarse el traje de puritano y decir como dicen que es perverso, que no son cosas de Dios y mucho más.
Creo en Dios pero no soy puritano. He visto cosas y las he visto también en las redes. No creo que nadie deba esconderse dentro de un manto de pulcritud cuando en realidad es una verdadera hipocresía.
Sí he visto cosas, algunas no sabía que me excitaban. Pero es distinto cuando las he compartido con mi compañera, algunas las hemos disfrutado dentro de una vida sexual plena. En nuestra intimidad.
Pero cuando eso que vemos se convierte en un modo, en una adicción, es algo mucho más profundo. Mucho más serio.
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