Foto: Peter K. Levy / Flickr / Dominio Público / Tammy Faye y Jim Bakker durante una transmisión en vivo solicitando una donación de $500.00 para su club religioso |
Las nociones sobre temas religiosos que nos han enseñado parecen estar más ligados a la maldad de grupos o individuos que con la excusa de la salvación satisfacen sus propios intereses.
No es algo genuino. No es verdadero.
Con sus micrófonos o altoparlantes en las aceras o en sus templos atemperan con su voz su discurso utilizando sin piedad palabras elocuentes para atraer la devoción de otros seres humanos que se entregan y dan lo que poseen para encontrar la supuesta promesa del umbral espiritual.
Lejos de ser religiosos son seres ultrajados por su propio destino, expertos en mercadotecnia o peor aun, disfrazados con una sotana esconden lo peor del acoso sexual que vemos continuamente en los medios noticiosos.
Son extravagantes y caminan con la Biblia en mano. Son además exponentes que se jactan y pretenden ser sinónimos de la palabra de Dios.
Son determinantes a la hora de definir los pecados. No se acuerdan de su pasado o te dicen que el Señor los salvó y ahora todo ha cambiado, son diferentes...
Esa es una tragedia religiosa.
Una tragedia que hemos venido observando con detenimiento cuando se ha usurpado la verdadera esencia del clamor y el fervor religioso utilizando métodos inmorales bajo el escondite de un traje con corbata, un micrófono o altavoz en un púlpito o con el disfraz de una sotana.
Del otro lado, proponentes religiosos de otras denominaciones utilizan sus altares resplandecientes para tocar el corazón de sus seguidores y sacar de sus carteras y billeteras el capital suficiente para mantener sus estilos de vida.
Estilos de vida que la mayoría de nosotros no podría mantener.
Cuando se expresan y hablan de su pasado nos dicen que Dios olvida. Que han recibido el perdón universal.
Que su pasado es un resbalón en medio de su ascenso a la divinidad.
Lo cierto es que cambiaron su moralidad por el amor al dinero. Su fin justifica sus medios, el lujo y el poder.
Me imagino que cuando se ven a sí mismos frente al espejo, se quedan pillados ante la estampa real de su miseria humana.
Para ellos el refugio perfecto es la religión. De eso viven.
Dios a su conveniencia, utilizando el engaño de su prédica hipócrita.
Una oratoria aprendida para lograr que miles de personas sustraigan de sus carteras y billeteras sus ahorros.
Se aprovechan como aves de rapiña con el fin de crear un imperio.
Estructuras de concreto con nombres ridículos y la enfermiza estampida mediática que como expertos en mercadotecnia producen a través de las redes sociales.
Un ministerio evangélico que como víboras se nutren de un rebaño indefenso, envenenándolos con esa demagogia religiosa cuyas vertientes radicales les hacen creer que al final podrán escalar las paredes de oro que según ellos aparecen en las Sagradas Escrituras.
Todos estos fariseos no son distintos a los aristócratas del Sanedrín que en esencia conspiraron para que Cristo fuese torturado y asesinado.
Sus intereses son su creencia: el poder y el dinero.
En los caseríos, le hacen la competencia a la religión católica sin pensar que fuera de esos muros de salvación, está una población de barrio que agoniza por la falta de fe y esperanza..
Estos falsos profetas viven “con placeres para esconder el miedo y lo ajeno” como decía Facundo, se entregan a Cristo como si con eso cerraran para siempre el infierno de su pasado.
Conciben la salvación como una escalera precipitada al paraíso. Tienen un número específico de personas escogidas.
Pienso que lo único verdadero jamás puede estar plagado con sueños pendejos de historias de salvación.
Lo verdadero tiene que tener sentido. Vender la salvación es un acto cruel sobre todo para miles de seres humanos que han depositado su Fe y gran parte de sus bienes en las manos de estos buitres que les carcomen el alma a cualquiera.
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