A mis 26 años jamás pensé que mi vida daría un giro tan grande. Pocos anos después comenzaba mi jornada en el campo privado de la publicidad. |
Hay momentos en la vida que todo lo que eres como ser humano se pone a prueba.
A veces ciertas cosas te cambian y te transforman por completo.
Comenzaba para finales de los 90 en una Agencia de Publicidad en el área de Hato Rey en Puerto Rico.
Luego de una ardua entrevista que duró un día completo, me dieron la oportunidad de empezar como artista gráfico a nivel de principiante.
Un Departamento de Arte cuyos compañeros y colegas fueron extremadamente afines conmigo y de los cuáles guardo muy buenos recuerdos.
La Directora de Arte del departamento (si no ha muerto, Dios quiera que no), era Argelia Canet. Cubana con ese acento peculiar que la delataba en cualquier área.
Su mera presencia con esa voz chillona que se escuchaba desde el pasillo, antes de entrar por la puerta trasera de la Agencia, le ponía los pelos de punta a cualquiera.
Allí conocí a Ernesto, uno de los creativos de la entidad y un verdadero personaje.
Cuando se enfadaba, los objetos volaban y sus gritos se escuchaban desde cualquier esquina.
De hecho, un día había discutido con un compañero creativo, quien estaba al otro lado; estaban divididos por cubículos.
Era la época en que todo se hacía a mano. El hecho de tener un sistema como el de hoy en día era como un cuento de “Dick Tracy”.
Molesto y rabioso, Ernesto cogió el pote de tinta negra con la tapa abierta y se la lanzó a su compañero. En el aire, la tapa de la tinta salió como un objeto volador no identificado y le cayó a Nacho en la falda.
Mientras que la tinta se esparció en el aire, arropando a su paso todo lo que encontraba como si fuese una lluvia potencialmente descabellada y en este caso en particular, más negra que el azabache.
En mi caso nunca tuve problemas con él. Hubo ocasiones que me invitó a almorzar y en tales circunstancias era una dama. Pero cuando se le subía el coraje, se transformaba en otro ser humano.
Jamás lo he vuelto a ver.
Argelia por su parte salía de su oficina, se acercaba con los artes del día a repartir como decimos acá en Puerto Rico: el bacalao.
Trabajos que se tenían que atender de inmediato.
Premier Maldonado & Associates era una empresa publicitaria para clientes como Bakers, Radio Shack y Walgreens entre algunas. Además le hacían la publicidad Burger King y American Airlines para mencionar otras cuentas.
Hacíamos lo que se le conoce como los “shoppers”. Y realmente eso era una pesadilla.
También atendíamos las correcciones en los anuncios de prensa de Chrysler y mega ferreterías como Builder Square en aquel tiempo.
Argelia repartía y si cometías un error por mínimo que fuese de seguro ibas a estar expuesto a su gritería y su mal humor.
Un día me tocó corregir el mandatorio de uno de los anuncios de Chrysler. De esas cosas que suceden, cuando en la separación de colores, Argelia evaluó la plantilla negra, la tipografía se excedía por casi 1/8 de pulgada.
En ese momento supe que me tocaría el regaño.
Por supuesto comenzó la gritería.
Esta vez me puse de pie, frente a ella —¡a mí usted no me grita más!—le dije en el mismo tono.
Un silencio aterrador atrapó el Departamento. Todos estaban callados.
Ella se sorprendió tanto que cuando le respondí, se viró, dio la vuelta y se encerró en su oficina.
Yo salí afuera a fumar.
En ese momento y disculpen mi expresión —me importaba un carajo que me despidiera—.
Argelia salió disparada de su cueva y una hora después regresó con entremeses de una repostería.
Nadie se los comía.
Hasta que le hice señas a mis colegas como diciéndoles —dejemos esto atrás, vamos a probar esto—. Fue entonces que todos se levantaron a comer.
Sé que ella cambió y mejoró mucho. Aparte debo reconocer que con ella aprendí un mundo de cosas, medidas, exactitud, limpieza, cortes, separación de colores, montaje y rapidez.
En el Departamento, una de nuestras amigas, María Luisa iba los viernes a un salón de billar a comer con nosotros chicharrones de pollo y papas. Allí nos dábamos par de cervezas y seguíamos el flujo de la tarde hasta concluir la jornada.
Maja como le llamábamos de cariño tenía una nena de casi 10 años. María Luisa en aquel momento debía tener como 36.
Pero enfermó. Cuando vinimos a abrir los ojos, tenía cáncer.
Cáncer terminal.
Fui a verla en el Hospital Auxilio Mutuo en Río Piedras poco antes de morir.
Nunca olvidaré esa escena. Maja, murió demasiado pronto.
Como también, jamás olvidaré a Herminia. Mi compañera del lado. Cubana, extraordinaria dama y excelente compañera.
Con ella competía cortando las micas para las separaciones de colores. Era más rápida que Yo.
Un día me dijo —oye José Carlo, ¡mira cómo mi dedo chiquito se me mueve!—.
Le dije —eso debe ser el pad del teclado o la cuchilla—
En aquel momento teníamos la segunda generación de computadoras Macintosh.
No era el pad. Le diagnosticaron Parkinson poco después y se retiró para tratarse. Era una persona increíble.
La dueña de la agencia nunca me dio la oportunidad de llegar al área creativa.
Recuerdo que una vez me dijo —nunca vas a llegar a creativo—. Yo me quedé callado.
Una semana después me llamaron de otra agencia de publicidad, esta vez como Director de Arte.
Renuncié inmediatamente y para mi sorpresa Argelia y todos en el departamento me hicieron una fiesta de despedida.
La dueña me llamó a su oficina. Me pidió que cerrara la puerta. La cerré.
Me dijo —esto no se hace—. En esa ocasión le contesté —¿qué no se hace?
—Renunciar así, ya te veré tocando mis puertas otra vez—siguió diciéndome. A lo que le respondí que si alguien no iba a ver tocando estas puertas era a mí.
Antes de que pudiera decir otra cosa me levanté y le agradecí su tiempo, abrí la puerta y me fui.
Premier cerró operaciones poco después de haberme ido.
No les guardo rencor. Por el contrario, aprendí muchísimo. Era una agencia que en el argot publicitario de la Isla le decían la “escuelita”.
De hecho, el que sobrevivía el departamento de arte de Argelia, conocido ampliamente en el mundo de la publicidad en Puerto Rico, podía trabajar en cualquier sitio.
Déjenme decirles que era verdad. Nunca me faltó el trabajo. Pero mejor que eso fue el respeto y el “standing” que me dio cuando comencé a buscar nuevos horizontes y otras oportunidades.
Fue algo que me cambió y sobre lo cual no me arrepiento.
Hoy y mi edad veo esa etapa con cariño y la atesoro en uno de esos compartimientos secretos del alma que guardo y que lo llevaré conmigo siempre...
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.