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5/10/2018

La Leyenda del Jacho

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Mi abuela nos sentaba cuando chicos mientras nos servía sus frituras y nos contaba historias. Doña Mariana, que era su nombre para nosotros siempre fue "Agüe", que era como decir en cierta forma abuela cuando muy niños.

Una de esas noches, antes de acostarnos nos contó la leyenda del "Jacho", y me acuerdo como ahora que apenas dormí... Me revolcaba en la cama, no paraba de moverme...

Por las persianas se metía la brisa fría de madrugada y meneaba el mosquitero...

Era como si de pronto algo se apoderaría de la tela para caerme encima y atraparme para siempre.

El "Jacho" era un supuesto hombre en el pueblo de Comerío que se pasaba la vida quejándose y maldiciendo. Nada lo satisfacía y nadie se le acercaba por su propio carácter. La gente del pueblo hablaba de él y a veces se reían a sus espaldas.

Se decía que la mujer lo había abandonado y que sus padres habían muerto mucho tiempo atrás. No tenía hijos. Estaba solo y así vivía.

Agüe nos contaba que a veces lo veía en el río tratando de lavar la ropa, siempre con ese ceño fruncido como si todos le debieran algo.

En las noches jalaba una canequita, mientras se iba caminando y vociferaba por las calles. —"cogía unas jumas"—decía Agüe muerta de la risa.

A veces blasfemaba y decía cosas que no me atrevo ni a repetir. Hasta el más ateo de los ateos jamás se atrevería a pronunciar cosas como las que este hombre decía gritando mientras bebía.

Pero una de esas noches, se quedó dormido en el balconcito de su casita de madera con un cigarrillo encendido. Dormido y borracho como estaba se cayó al suelo y el cigarrillo cayó encima de una toalla rota cerca de un quinqué. La toalla se prendió en llamas y el quinqué explotó como una granada.

Cuando el Jacho se levantó, la mitad del balcón ardía en llamas. Era una época que no existía el 911, celulares o unidades de rescate. La gente se dio cuenta por el humo y los gritos de este ser humano.

Ya en ese instante la borrachera se le había ido. Los vecinos agarraron los cubos que tenían a la mano y se fueron pa'l río a ver si contenían las llamas, pero ya era tarde.

El fuego consumió la casita de madera en minutos.

Cuando en la madrugada el sol se asomaba por el monte, alumbraba poco a poco los residuos de madera y el humo negro que se esparcía por los alrededores.

Uno de los vecinos que vivía solo también, le dio albergue en lo que hacían algo para levantar lo que fue su casa por tantos años.

Él seguía bebiendo, salía a caminar... Cada vez era peor que la anterior.

Una de esas noches, el Jacho cogió un crucifijo de madera y lo prendió en candela maldiciendo a Dios, como si hablara y discutiera en medio de la locura de bebida que comúnmente le daban.

Mientras Agüe nos contaba esa escena; se persignaba y le pedía perdón al Santo Padre.

Cuando ya no podía sostener el crucifijo por el caliente, lo tiró al río desde un puente que había en el lugar. Allí lo escupió mientras caía y se desintegraba con las cenizas en el agua. Dijo cosas que no me atrevo a expresar aquí.

Llegó a esa cabaña del vecino de madrugada. Cerró la puerta y se tiró en el catre boca abajo, con una pestilencia a ron que se sentía a dos cuadras del lugar.

Pasaron algunas horas y el Jacho no salía del cuartito. Hasta que el vecino, ya desesperado, le metió una golpe a la puerta y la abrió a la fuerza.

El Jacho estaba con la boca abierta, tieso como un cuartón de madera y con los ojos abiertos como si algún espíritu maligno lo hubiese ido a buscar.

El vecino llamó por el patio a su comadre que vivía en la parte de atrás y en minutos hasta se le apareció el espiritero del pueblo a ver qué era lo que pasaba.

Poco después llegó el alcalde y logró que la guardia se llevara el cuerpo para enterrarlo en una fosa común en un terreno baldío donde apenas aparecían ciertas cruces de madera.

Al pasar el tiempo, los vecinos comenzaron a quejarse de ruidos extraños en un pequeño río a la orilla del puente que estaba cerca de allí.

Uno de los vecinos ya estaba demasiado nervioso y llamó al espiritero para que le dijera...

Y a la luz de un pequeño quinqué, que eso era lo había en ese tiempo, este conocedor de las ciencias ocultas les dijo al vecinos que se habían congregado que cuando el Jacho murió se le apareció un espíritu y se lo llevó al río.

El espíritu le dijo que tenía que encontrar todas las cenizas del crucifijo que había quemado y tirado al río. Hasta que no las encontrara todas, no subiría al cielo...

Todos se quedaron mudos. En silencio. Nadie hablaba, solo el humo de los cigarrillos de las manos temblorosas de los vecinos era lo que se notaba en aquella tenebrosa noche.

Muchos años han pasado. Ya prácticamente ninguno de ellos está vivo. Pero mi Agüe contaba, que en las madrugadas, si te ibas pa'l puente, en algún momento verías la sombra del jacho buscando las cenizas...

La gente hablaba de la leyenda del Jacho y de hecho muchos testimonios de personas en el pueblo aseguraban haberlo visto.

Dice la Leyenda que su llanto se escuchaba a lo lejos como un alarido de horror que atravesaba los matorrales y moría cuando el sol salía, como si de momento se escondiera durante el día su lamento.


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