Su Justicia
Hundido en su plataforma
literaria, recordó cuando Pablo le habló del significado de la justicia. Le
dijo que la mayoría de las veces que le traían ese tema lo hacían con demasiada
hipocresía. A pesar que Pablo era del barrio, de las calles del caserío, en sus
momentos de ocio leía. Por supuesto, filosofaba. Para Pablo los que conocían
del tema de la justicia suponían una justicia que debía ser igual para todos.
Que dentro de las calcinantes clases sociales que lo separaban del resto, los
fundamentos para acusar o dejar libre a
cualquiera descansaban en un sistema que debía ser justo para todos. Pero eso
era una utopía. —"Un sueño pendejo"— terminaba diciendo Pablo.
Mientras fumaba en su
escritorio, frente a su teclado, recordaba cómo Pablo se expresó de la escuela, cuando en los salones de clase le dijeron con esa retórica clásica, que
cada cual era igual ante los ojos de Dios y en definitiva; para el Estado.
Le dijo además que los maestros solían comerse crudos a los estudiantes en
aquella época. —“¿que la justicia era ciega?”— “eso es falso hermano’—.
Pablo supo desde siempre que la
justicia nunca tuvo los ojos vendados, para los efectos podía ver mejor que él.
Él analizó cuidadosamente cada
punto y cada recuerdo. Algunas veces se sentó conmigo y compartió sus notas y de hecho las discutimos. Pablo le habló continuamente que para la gente, lo bueno de un
sistema democrático era la virtud de la justicia. El problema según él que jamás esa misma gente descubría la verdad del otro lado. La Otra Cara. Una cara que según Pablo,
como él mismo le contó, —había sido tirada al desperdicio por los políticos que
flotaban en la marea con promesas ilusorias que se repetían en tiempos de
campaña—.
En su borrador, escribió que la realidad de Pablo fue distinta. Nació en un mundo dividido, intolerante y
discriminatorio. Por eso detestó siempre a los que nacieron en cuna de oro. Porque
esos lo tenían todo. Por el contrario, Pablo se tuvo que joder literalmente. Según le dijo Pablo
textualmente, la justicia siempre se inclinaría a favorecer a los ricos, —"a los que lo tienen todo; todo el tiempo"—.
Me llamó muchas veces cuando tenía ciertas interrogantes y detuvo su redacción
en innumerables ocasiones para discutir ciertos ángulos. Sentado en su su balcón, fumando y con su tacita de café compartió conmigo debates y conclusiones —“dominaban los procesos judiciales. tienen
acceso a los mejores abogados, saben cuadrabar perfectamente los casos con tecnicismos
legales en los tribunales; y los amapuchan.
—“Esa, esa justicia fue la base, la que le crió el alma a este
hombre”—.
Fue como estar frente a un profesor de barrio con capa y espada. Él me dijo que las leyes, tal y como estaban redactados en los libros universitarios definían un especie de subterfugio gramático donde se escondía la verdad detrás de las
palabras para que cada cual obtuviese lo que le era propio o al menos, lo que
le correspondía.
Según él, para Pablo toda esa mierda escrita nunca tuvo mucho sentido. Era parte de esa panfletería legal donde se pretendía que cuando se aplicara esa llamada justicia, se
aplicaran leyes y se hicieran cumplir sentencias a modo de ser justos.
De momento, de la justicia,
brincámos brevemente a la Divinidad.
Él entrevistó para su novela a la familia más cercana de Pablo en múltiples ocasiones y en cada una de ellas, le dijeron que le enseñaron a Pablo
que la verdadera justicia era la de “Papa Dios”... —“Dios castiga sin fuete y
sin vara”—le dijeron a Pablo desde niño.
Continuó explicándome que cuando entró en un analisis profundo de la juventud de su protagonista, determinó sin temor a equivocarse que su crianza le dejó a Pablo una imagen, un estigma sobre esos religiosos. Para su amigo la mayoría de ellos eran fanáticos ciegos e irracionales.
—“Creen que son los apóstoles
del nuevo siglo”—Le dijo Pablo con mucho coraje.
En uno de esos debates, él me preguntó—“Tú realmente crees que esta
gente hubiese podido cambiar a Pablo, obligarlo a entregarse y a pedir perdón para que no pasara nada nunca?”—.
No me dejó hablar ni contestar. él mismo se contestaba—“Mira, tal vez la deuda
espiritual de Pablo era grande, pero jamás se iba a arrepentir. Es sencillo, si
te pones a pensar ¿quién en su sano juicio se va a arrepentir en los templos de
esos fariseos? Si tomamos en cuenta ese contexto, la única solución según este
grupo religioso sería tan sólo la muerte que en ella alcanzaría la absolución divina
sobre su espíritu.
Me contó muchas veces que Pablo
lo atormentó con preguntas y cuestionamientos. Hubo un día que le dijo:—“¿y quién tú
te crees que le va a responder a las víctimas de un crimen si el cabrón acusado
sale libre pal’ carajo? ¿Tú realmente crees que Dios se va a encargar? ¿esperamos
el juicio final a ver qué pasa? ¿Ahora te pregunto hermano, porqué no lo puede
pagar aquí en la tierra?
Él nunca
le pudo dar una respuesta a Pablo que lo convenciera.
A este punto, en su redacción Pablo tocó áreas en las palabras donde la duda se acercó peligrosamente a la maldad. Eso le alteró las entrañas. Para él lo cierto era que las
disposiciones de Ley sobre el Estado de Derecho no cabían dentro de un sistema de
barrio que funcionaba y operaba de forma autónoma.
La corrupción policiaca, abogados
que eran parte de la nómina de barricada del caserío, alertas cuando el barrio estaba siendo
ocupado, el aviso de redadas o intervenciones mediante filtraciones
orquestadas, ponía de manifiesto un orden jurídico callejero que era impenetrable.
Para él y en el caso de Pablo,
comprendió que su amigo era juez y jurado al mismo tiempo. Pablo formaba
parte de las sentencias, que se ejecutaban sin piedad.
Hacerlo significaba que al final
del camino lo que Pablo decidiera, en esencia era justo.
Amapuchar – Encubrir, arreglar algo clandestinamente para que no se descubra
Panfletería – Información sin fuentes confiables que carecen de importancia o
no merecen credibilidad
Capítulo 3, Al Final del Camino, novela escrita por José Carlo Burgos. © Todos los derechos reservados, 2018. Prohibida la reproducción total o parcial sea digital o copias digitales sin previa autorización del autor. Ilustración: José Carlo Burgos Los personajes son ficticios. Cualquier semejanza a la realidad, es pura coincidencia.
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