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5/17/2018

Al Final del Camino - Capítulo 2

El comienzo de una novela

Dentro de aquel apartamento, una idea le dio vueltas en la cabeza, ante la presencia del cuerpo muerto de Pablo. Hacía mucho tiempo que él no escribía, pero este acontecimiento vovlvía a rejuvenecer esas ideas que se habían quedado dormidas desde hacía mucho tiempo.

Escribiría y les digo que así lo hizo, una historia sobre el elemento más importante del caserío. El que manejó la esquina desde joven y al que todos le tenían respeto. Lo que escribió lo hizo por puro placer porque como siempre me dijo no quería fama ni mucho menos gloria por sus letras. Lo único que siempre deseó fue que en algún lugar del universo la vida de su amigo no se quedara en el olvido.

En su mente había diseñado el proceso literario como un relato simple, con el ánimo de entrelazar los hechos, utilizando las palabras correctas. Me dijo que de hacerlo, no lo iba a escribir como una confesión, porque no era un “fucking”chotaSiempre me insitió en que no quería convertirse en un puto cristiano De hecho siempre me expresó que nunca soportó las hipocresías desde un púlpito y las ideas de salvación de un supuesto rapto cristiano.

Los hechos que comenzaría a redactar se tenían que manifestar en su pensamiento como si fuera a ser poseído. Él estaba seguro que en momentos sería como si perdiera el conocimiento. Como si no tuviera control dominio de sus manos y sus dedos. Él supo desde que comenzó esa aventura que sería otra persona la que escribiría en silencio. 

Y mientras lo hiciera, el proceso literario llegaría con la oscuridad y muy lentamente caería sobre él. La penumbra se haría dueña de las sombras y las sombras se apoderarían de su ser. Sabía que una vez cogiera el lápiz para comenzar, vendrían los seres de otros tiempos. Los espíritus del pasado que tuvieron un poder misterioso en su persona años atrás. Llegarían de pronto para fluir en su conciencia. Eran seres que reclamarían su sentido de pertenencia. Desde ese momento, al instante mismo de emprender esa jornada, sabría no hay vuelta vuelta atrás.

Mientras se daba otro cigarrillo veía a gente que rodeaba la caja de Pablo como si fuera una guardia de honor. Un puñado pendejo de tipos viejos que se saludaban y se tocaban la espalda como si todo el tiempo hubiesen estado juntos. Él los miraba detenidamente y por su aspecto intuía que las drogas, alcohol y la violencia se combinaron para hacer escante en cada uno de ellos. Algien se le acercó y curiosamente le dijo que la cárcel se había tragado a un par. Cuando él preguntó, le hablaron de motines en las prisiones publicadas en las primeras planas de los periódicos de entonces. Había uno que no estaba con el grupo. Ese que faltaba: Pablo lo mató.

De él hablaré más tarde...

El primer paso que realizó para comenzar su proyecto fue examinar los hechos que trajeron a Pablo a Puerto Rico. Él sabía que no podían estar basados en meras conjeturas. En eso siempre fue enfático, cuando hablaba de conjeturas se refería a especulaciones sin sentido. Eso en particular lo enfadaba porque no podía escribir sobre acontecimientos en donde la verdad era incierta o tal vez mentira. No estaba dispuesto a crear una leyenda o una historia absurda de alguien que ya no existía.

De sus primeros borradores encontró que en 1980, Pablo llegó a Puerto Rico. Viajaba de regreso al lugar donde se crió: El Caserío. Era el mundo que lo vio nacer y que dejó atrás desde muy joven. Entrevistó a mucha gente de allí y supo de primera mano que Pablo estaba harto de su familia, de sus discusiones y sus peleas. Por eso se fue.

Cuando me hablaba de Pablo, lo describía como un hombre negro como el azabache, delgado y erguido como un roble. Se manejaba siempre con el ceño fruncido. Siempre estaba listo para irse a las manos con cualquiera, en cualquier momento. 

Cuando examinó detalladamente los expedientes y sus notas se dio cuenta que Pablo salió huyendo hacia Puerto Rico para evitar acusaciones de índole legal por cargos de violencia doméstica en Estados Unidos. Él estaba completamente seguro que Pablo pensó en aquel momento que nadie lo buscaría y menos aún, —¿quién carajo lo iba a encontrar en su caserío?—me decía atormentado.

Se adentró profundamente en su vida y su novela se convirtió en un proyecto de investigación. En ese sentido se percató de inmediato que Pablo, desde joven adulto estuvo solo. No quería que nadie lo ayudara. Nunca tuvo deudas con nadie. Desde adolescente, poco ante de irse a los estados, lo reclutaron en el punto que rodeaba la esquina como un pelotón de fusilamiento. Allí aprendió rápidamente a cuadrar el billete y a guardarlo en el gabinete de su cocina. Bien escondido, como el mismo expresaba “por si algún día pasa algo”.

Bajo ese régimen callejero y dentro de ese sistema, Pablo fue un soldado. Le veló el culo a su gente y al “traqueteo” como si fuese un vaquero. Salió armado en infinidad de ocasiones, hasta los dientes, para buscar material por lo cual se mantenía tieso y sin pestañear. Precisamente como un soldado, protegiendo, disimulando y pendiente todo el tiempo.

Según la gente del barrio, cuando Pablo se preparaba a salir, su rostro se transformaba en una criatura despiadada. Con ojos profundos. Como si la llama de una hoguera inundara sus párpados. Estaba consciente hacia dónde iba y estaba seguro de lo que tenía que hacer. No quería convertirse en el bichote del punto. Tampoco quería ser gatillero y mucho menos: asesino. Su ambición era llegar a ser un hombre sencillo, decisivo en las discusiones y en las ideas.

En las calles del caserío todos ellos le temían y le tenían respeto. Su palabra era ley. Nadie nunca se atrevió a joder con él. Cuando caminaba por la calles la gente que lo conocía lo saludaba, Pablo contestaba con algún tipo de disimulo. Como cuando se le teme a alguien que camina cerca de nosotros, nos ponemos nerviosos y sentimos su presencia aunque esté a millas de distancia. Miraba a la gente de reojo y parecía que no le importaba nada en el mundo. Sus pasos eran largos y firmes. Humilde y callado, nunca hablaba más de la cuenta y jamás decía lo que hacía.

Como Dante, Él pensó que Pablo hizo algún tipo de juramento. No con los que viven supuestamente en el Paraíso, a la diestra del Padre, arriba de nosotros. Sino con el mundo de abajo. Con esos seres asediados por el fuego inmortal de la vida cotidiana, propio de los malos espíritus. Seres que por cosas sin sentido cayeron en lo más bajo y ahora tenían que purgar sus culpas en vida. Su corazón le dijo desde el momento que empezó a escribir que Pablo había hecho un pacto con su conciencia y con las calles arropadas de violencia.



Chota - Persona que da quejas o acusa a los demás.
Punto - Un sitio en la calle que venden drogas, o el sitio de una ganga. como en inglés "turf".
Bichote – El que controla varios puntos de drogas en todo un sector o en todo el país.
Gatillero - Asesino a sueldo, "killer", "hit man".


Capítulo 2, Al Final del Camino, novela escrita por José Carlo Burgos. © Todos los derechos reservados, 2018. Prohibida la reproducción total o parcial sea digital o copias digitales sin previa autorización del autor. Ilustración: José Carlo Burgos Los personajes son ficticios. Cualquier semejanza a la realidad, es pura coincidencia.

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