Cuando Pablo llegó a Estados Unidos convivió con una mujer por mucho tiempo. Se enchuló de ella casi desde el momento que piso
territorio extranjero y la vio por primera vez. Una profesional que le llevaba varios años,
divorciada y sin hijos. Él me relató muchos detalles mientras fumábamos en el apartamento, frente al cuerpo de
Pablo. Me habló que la pasión erótica entre ambos fue muy fuerte, —tal vez más
para ella que para Pablo—me decía.
Dijo entre otras cosas que muchas veces el
tiempo y las circunstancias matan la convivencia. Pablo le detalló a él
numerosos incidentes. En este caso, él que resultaba ser el escritor, veía las cosas naturalmente desde afuera, como si
estuviese en las gradas. Durante ese transcurso de tiempo, Pablo le expresó textualmente y totalmente atormentado
que ella le abría las patas cuando quería algo, pero cuando él sentía el deseo
de meter mano con ella, no había una puta manera de penetrar aquella piel.
Le expresó además que las mujeres
te satisfacen en segundos y te provocan, pero se esconden en su egoísmo. Su novela se nutrió de muchas expresiones similares y definía estos asuntos como —una cosa de
piel, el arma más poderosa que existe, un arma de fuego que le dispara a los
sentimientos; los tritura, los envuelve en un juego mortal cuyo final está
representado gráficamente en los obituarios de los periódicos.
Me habló hasta la saciedad
sobre este tema. Pero siempre caíamos en
el precipicio de la relación. Pablo sabía que la obsesión
podía volver loco a cualquiera. Me indicó con cierto miedo que tocaba ese tema de reojo porque eso en particular tocaba a su amigo directamente.
Pablo siempre fue un hombre muy obsesivo. Ella, totalmente diferente.
La seducción era su arma más poderosa y la manejaba como una experta. Si la
gente del caserío hubiese visto esto desde lejos esa situación en pantalla, como si fuese una película, le hubiesen dicho a Pablo que —la
puta era una bellaca mala...
Él en cambio trataba de ser más diplomático. Intentaba explicarle a Pablo sobre esa parte inexplicable que tienen algunas mujeres para capturar la atención de los hombres. Pablo nunca lo entendió.
Él en cambio trataba de ser más diplomático. Intentaba explicarle a Pablo sobre esa parte inexplicable que tienen algunas mujeres para capturar la atención de los hombres. Pablo nunca lo entendió.
Ella por su parte tenía su
método. Me dijo que lo denominaba, como un tipo de secuestro emocional que
funcionaba a la perfección. Lo agitaba. Cuando Pablo llegaba, ella lo recibía
totalmente desnuda. Desnuda, salía por la puerta, feliz de la vida,
arriesgándose a que sus vecinos la vieran. Lo iba asediando poco a poco hasta que
lo tiraba en la cama y se le trepaba encima como si fuera una
pantera.
En ese momento lo único que
existía para Pablo era esa mujer. Le importaba un carajo lo que sucedía a su
alrededor. Ella era primera que cualquier cosa. Ella lo sabía. Con el
tacto, la mujer tenía toda la libertad del mundo. Lo seducía, se metía su pene entre
sus labios y se lo mamaba pensando que lo iba a poner a comer de la palma de
sus manos.
"El poder del sexo
tiene en su esencia un aroma particular—me mencionó tantas y tantas veces. Sobre todo cuando la mujer es distinta y ella lo era. Estaba dispuesta a todo sin importar nada. Y en el sexo, más
todavía. Lo provocaba y le dañaba la mente. Muchas veces lograba que saliera
del trabajo y de sus cosas para satisfacer su ansiedad sexual que
estaba a flor de piel.
Muchos años pasaron desde entonces hasta ahora. Pablo tenía
su apartamento en el caserío cuando se enteró que ella vendría a Puerto Rico
por varios días. Él nunca supo explicarme a ciencia cierta cómo pactaron el
encuentro de ellos dos para reunirse.
Me contó que cuando se
encontraron, se saludaron con un beso en el cachete y no pronunciaron una sola
palabra durante todo el trayecto. Decidieron ir a cenar a un restaurante
pequeño, de esos que recordaban con cariño, albergando probablemente en su
interior cierta intimidad de años anteriores. Al llegar, buscaron con la
mirada, la misma mesa apartada de antaño y se sentaron nerviosos en el filo de
los asientos.
Después de tomar unas copas de
vino y ella secarse la boca como si fuera una aristócrata, con las servilletas
de lujo que se colocan sobre las mesas, le dijo que había regresado porque
necesitaba hablar con él.
Después de todo, ella sufrió las consecuencias directas de su huída. Ella quería con sus
palabras dar el primer golpe—me dijo en voz baja.
Su ex amante comenzó
imponiéndose en la conversación, triturando el hielo que se forma cuando dos
seres se juntan y ninguno de los dos quiere hablar. Comenzó diciéndole que no
quería que malinterpretara su regreso. Pablo, a la defensiva, esquivando, los
hechos como un contendiente de boxeo, la interrumpió bruscamente pidiéndole que
recordara todas esas veces que él estuvo para ella y que definitivamente; —eso
a ella le importaba un carajo. La voz de la mujer volvió a
penetrar las grietas de la conversación;
—¿Vamos a pelear otra vez,
verdad?¿qué
pendeja soy? Ella sintió en ese momento esa
misma sensación en la piel que la llevó casi a la tumba cuando se enfrentaron
los dos fuera de la Isla.
Tú sabes bien que lo que hice,
lo hice a pesar del riesgo—la voz de la mujer parecía un campanario
anunciando un toque de queda. Un lapso de silencio estremeció la mesa en ese
momento.
Sabes Pablo, me lastimaste,
¡te fuiste y me dejaste en el piso!, no tienes una puta idea de lo que le tuve
que decirle a esa gente para que me dejaran en paz—le decía ella sin despegar la
vista de sus ojos.
¿A qué gente tú te refieres; de qué tú me hablas?—le cuestionó Pablo,
¿A qué gente tú te refieres; de qué tú me hablas?—le cuestionó Pablo,
Ella sacó su pañuelo y se
secó la cara. Tenía la voz quebrada, al punto que para poder hablar tenía que
hacer unas breves pausas cuando contestaba.
—No te hagas el pendejo; Pablo. En verdad ¿tú no sabes de quién puñeta yo hablo?, no vale la pena ni
contestarte— le
dijo ella en un tono cínico.
Y qué carajo querías que
hiciera, ¡sí!, me imagino, te conozco, que me quedara, ¿verdad?, ¿y después
qué?, un maldito negro puertorriqueño le cae encima a una mujer blanca y media
gringa; ¿qué tú crees que hubieran hecho los puercos de allá fuera?— Le contestó Pablo con mucha
ironía.
Ella pensó en explicarle el
asunto del hospital, la versión que le dio a los policías y al personal que la
atendió. Incluso a los vecinos que se quedaron en una pieza cuando les dijo que
no había pasado nada. Estaba segura que
no valía la pena explicar un carajo. La única contestación que pudo salir de
sus labios fue;
Tú no entiendes cómo me
siento Pablo— con deseos de llorar.
Ella entonces comenzó a hacerle
un recuento. Le habló de sus celos, la envidia, su persecución obsesiva, llamadas
y discusiones que desembocaron en peleas. Le mostró marcas en el cuerpo que
no se iban a borrar...
Yo sé que para ti no valió la
pena, para mí es diferente—le contestó él.
Ella buscó en su cartera la
cajetilla y prendió un cigarrillo. Todavía se podía fumar en los restaurantes.
Pablo permanecía en silencio absoluto.
No se trata de decir que valió
o no la pena—La
voz de la ex había regresado a la normalidad.
—No se trata eso, pendejo, tú sabes bien de lo que se trata.
—No se trata eso, pendejo, tú sabes bien de lo que se trata.
¿Y para qué estás aquí ahora?—la voz de Pablo
volvió a estremecer la mesa.
Para decirte en tu cara que me
voy, que no quiero que me busques, que me llames. No quiero un carajo de tu
persona, ¿me entiendes ahora?—en ese instante, ella no tenía tacto alguno al hablar.
Pablo trató de recapacitar,
pidiéndole que lo pensara. Que se arrepentía de lo que hizo. Le decía que ella
lo llevó ese renglón que tal vez los abogados le llaman “locura momentánea”,
aunque sabía que ese argumento jamás lo iba a dejar absuelto ante los ojos de
su ex y menos aún, lo justificaría como agresor...
No hay nada más que hablar, te
lo dije hace mucho tiempo, te lo dije Pablo, yo perdono pero no olvido, no
quiero saber de ti; métete eso bien adentro—la expresión de ella fue tajante.
Pablo estaba cabizbajo y sin
hablar.
Vuelve a tu mundo, Pablo. Ese
mundo no es el mío. No eres para mí. No sabes nada, no maduras, no entiendes
que cuando me miro al espejo me veo con los moretones. No sabes que me acuesto
llorando y me levanto igual—ella terminaba su sermón cuando Pablo intentó agarrarle la muñeca
pero ella retiró su brazo mucho más rápido sin que él tuviese oportunidad de
atraparla otra vez.
No me toques..., no te atrevas
porque esta vez no me voy a callar..., y lo sabes—era mucho más que la voz
femenina de una mujer atormentada, era una orden.
Dicen los que saben de la
materia, que hasta el más bravo de los hombres llora cuando una mujer se les
para encima. Ella se levantó de la mesa, lo miró directamente a los ojos y le
dijo
—no te atrevas a acercarte más a mí, ¿me entiendes?
—no te atrevas a acercarte más a mí, ¿me entiendes?
Sacó un billete grande de su
cartera y se lo tiró en la mesa, evitando que Pablo hiciera ese amago tonto de
pararse.
—No te pares, no hace falta; ya
me voy. Nos vemos,
la mujer le dio la espalda con su cartera y siguió caminando despacio. Pablo se
había quedado detenido observándola mientras salía del lugar. Lentamente,
recogió sus cosas, mirando el plato de entremeses que permanecía intacto sobre
la mesa.
La
mente de Pablo volvía a recrear las escenas. Escuchaba de nuevo, la voz
inquisitiva de ella, en aquella noche cuando él la agarró por un brazo para
impedir que se fuera y la tiró al sofá de su apartamento.
Ella trataba de salirse de sus
garras pero no podía porque él era mucho más fuerte.
—Déjame puñeta, le gritaba ella—me voy
pa’l carajo pendejo,
¡Quién carajo tú te crees que
eres para venir a joder conmigo, canto ‘e cabrón!
Pablo apretaba los labios para
no escupirle en la cara. La había visto con su ex marido días antes. Y lo que
vio, le jodió el sistema. No podía creer que después que se acostaron tantas
veces, todavía ella le estuviese dando esperanzas a ese pendejo.
Ella seguía insultándolo hasta
que Pablo le gritó que se callara la —fucking boca. La mujer no se
callaba y siguió hablándole sucio. Hasta que Pablo le metió un puño cerca de
las costillas que la dejó sin aire. Con la mano al revés, le viró la cara,
partiéndole el labio.
Después la agarró por el cuello
y la pegó a la pared diciéndole que fuera la —puta última vez que le hablaba de esa forma. En segundos, se dio
cuenta que la estaba asfixiando, así que la tiró al piso del apartamento. Ella
se arrastraba como si la hubieran herido en un campo de batalla.
Buscó sin éxito cualquier objeto
para defenderse pero su cuerpo la traicionaba. Casi no se podía mover. En
segundos, él la volvió a agarrar por el brazo, levantándola y lanzándola al
suelo, esta vez; con un fuerte golpe cerca a la mandíbula. Pablo la iba a
golpear nuevamente pero comenzó a sonar el timbre de la puerta de entrada.
No paraba de sonar.
—¡Qué jodienda!, pensó él, en segundos.
Eran los vecinos. Pablo retiró
sus manos, dejando que se cayera nuevamente al piso del apartamento. La mujer
caía de bruces casi inconsciente. Pablo abrió la puerta de golpe, desplazando
violentamente a los vecinos. Parecía que una ráfaga de viento con fuerza de
huracán los hubiera azotado en cuestión de segundos.
El se les paró de frente y les
dijo
one fucking word..!— y les mostró el cañón que
cargaba en la cintura.
Salió de allí corriendo.
Seguros de que él se había ido,
los vecinos finalmente entraron y vieron a su vecina que estaba entre medio del
delirio como consecuencia del dolor por los golpes. La sala del apartamento
estaba deshecha. Atravesaron con dificultad los objetos que se rompieron
durante la trifulca.
Ella; que escuchó a Pablo cuando
salió..., lo único que pudo balbucear fue
—don’t do anything, please
don’t do a fucking thing.
Pablo salió caminando rápido del
lugar totalmente alterado. Llamó a un taxi para que lo recogiera en la parte
trasera del edificio. Los vecinos la levantaron mientras llamaban al 911
durante la histeria y la conmoción. Parecía tener fracturas hasta en la
quijada. La ambulancia llegó y Pablo no aparecía por to’ el canto.
Iba de camino al aeropuerto.
Salió de Chicago, dejando todas
sus pertenencias. Lo único que se trajo fue su billetera, y por supuesto; el
arma de fuego que cargaba encima. ¿Cómo la pasó por Aduana?, él nunca pudo averiguarlo. Las malas
lenguas dicen que le costó tres de los grandes llevársela. ¿Qué sucedió con las
cosas y el sitio dónde vivía?, tampoco él lo supo. Llegó al caserío de madrugada como
ladrón en la noche. Se tiró en la cama con los ojos abiertos. Su mirada atravesaba
el techo y terminaba en esa región hostil donde los seres humanos se maltratan
a sí mismos.
Al pasar el tiempo, él siempre
supo como su amigo que las horas de agresión de aquella noche nunca quedarían
atrás. Pablo aceptaba que sí; que la había jodío’.
Pero punto seguido, como él
mismo le dijo,
—¿qué puñeta quieres que te
diga?, no nada, no hay un carajo que me justifique.
—Vamos a cambiar el “fucking
tema, ok.
¿No tienes miedo que ella se
te aparezca y te trate de joderte después de esa pela?— Él le preguntaba
—Mira..., bro’, ella jamás se va atrever a
hacer nada. Tú me conoces. En mi caso, como dicen por ahí, excusas
pa’l carajo. No hay mucho más que decir. ¡Ah!, que estoy arrepentido, que no
voy a joder a ninguna otra mujer..., eso es mierda hermano. Hay que estar en
ese momento para saber qué carajo se siente.
—Yo la vi a ella con ese cabrón
y parecían una ‘fucking’ pareja. ¿Dónde quedaba yo... ¡ah!? Entonces tú piensas
cómo se te metió esa mujer por debajo, te buscó, te llamó hasta volverte
loco. Te llevó finalmente a su
apartamento sin imaginar; y esto está cabrón, que cuando abrías la puta puerta
te encontrarías con una mujer desnuda de la cintura pa’bajo., ¡imagínate! ¿Qué
puñeta tú crees que yo iba hacer?
¿Y por qué no te quitaste
antes. Me explico, Pablo; picabas, te ibas, sin remordimientos y un carajo de
compromisos o jodiendas—Él lo cuestionaba como si fuera un fiscal interrogando un testigo.
—“Me pasó lo que nunca ‘men; me
enchulé de la cabrona...”—.
A partir de ese momento el tema
ya cruzaba una frontera peligrosa. Pablo ya no quería seguir hurgando en la
herida porque era demasiado profunda y poco a poco esa tertulia cambiaría de
tono, dejando un ambiente demasiado tenso. Las discusiones sobre otros asuntos
se iban acabando.
Bellaca – adicta(o) al sexo.
Trifulca – pelea entre dos o más
Bro – “brother”, hermano, una forma peculiar de llamar a un amigo
Enchule- enemorarse, obsesión pasional
Al Final del Camino, Capítulo 6. ©José Carlo Burgos 2018, Todos los Derechos Reservados. Ilustración: José Carlo Burgos. Prohibida la reproducción de este material digital o miente otros medios digitales sin previa autorizaciónón del autor.
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