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5/21/2018

Al Finan del Camino - Capítulo 7

El silencio del final...

Ella se había ido definitivamente al igual que su juventud. Ella físicamente estaba lejos de ser la misma persona que era. Vivía sola en el más estricto silencio. Su profesión acaparó esos espacios ocultos cuando Pablo se fue. Se sumergíó las horas muertas, los minutos y segundos en su trabajo, dentro y fuera de la casa. Se mantenía ocupada todo el tiempo que podía. Así dejaba de pensar.

La noticia estremeció el ambiente de su apartamento, igual a un temblor de tierra, mientras cocinaba. Esa misma voz anónima que perturbó la paz del escritor, la llamó a ella minutos después y le dijo en segundos que Pablo había muerto. No entró en detalles. Las manos de la ex comenzaron a temblar, dejando caer la cuchara con la que meneaba la olla. Se agarró del tope de la barra temblando y corrió al baño a vomitar como si estuviera borracha.

Arrodillada frente a su inodoro, escupió la bilis porque no tenía nada en su estómago. Se levantó con mucha dificultad y se enjuagó la boca. Salió del baño agarrándose y dando tumbos como si le hubieran dado una pela, hasta llegar al sofá. Las escenas sexuales de aquellos días se colaban sin explicación y la atacaban frenéticamente. Siempre supo que Pablo fue el único hombre con quién logró ese éxtasis al que llegan ciertas mujeres cuando gritan durante el orgasmo.

De pronto, se levantó violentamente, agarró el teléfono y lo lanzó a la puerta, destruyendo parte de la decoración en una de las mesas en la antesala de su apartamento. Esta vez, los vecinos no hicieron nada cuando escucharon los ruidos. No salieron.

Pasada la medianoche y después de haber estado llorando durante horas, encendió su “laptop” y compró un pasaje que la llevaría Puerto Rico aproximadamente, cuatro horas después. Estaba perturbada y sola, durante el viaje se tomó varias pastillas para tranquilizarse. Por lo pronto, trataba de olvidar pero era imposible. Una y otra vez pasó juicio sobre su vida.

Durante el viaje observó las nubes como si fuesen esculturas vivientes. Vio con asombro la imagen viva de Pablo llegando a su apartamento. Sintió sus manos deslizándose dentro de su falda, buscando esa ropa interior entre sus piernas. Poco a poco le iba bajando los “pantys” hasta dejarlos al nivel de sus rodillas. Ella se agarraba del borde con sus manos trincas mientras él le subía la falda hasta quedar desnuda de la cintura para abajo.

Sus dedos se iban acomodando hasta que las palmas de ambas manos abrían suavemente el entorno de sus caderas, dejando ver ese punto erótico que les fascina a muchos hombres y que en la mayoría de los casos lo prohíbe la religión. El dedo índice de una de sus manos se iba introduciendo mientras que con la otra mano acariciaba el bello púbico que la protegía.

En medio de ese viaje mental, no podía evitar mover sus manos hacia esas mismas partes de su cuerpo, pero se detenía ante el miedo de las miradas de otros pasajeros. Pensó masturbarse en el baño del avión, pero sabía que una vez pasara ese momento, se sentiría peor de lo que estaba. Se sentiría mucho más sola y aislada. Además, ya las pastillas iban haciendo ese efecto y su mirada se apagaba como cuando se cierra una ventana, dejando un leve contorno en la oscuridad.

Había transcurrido una hora desde que el avión despegó. Los tranquilizantes pudieron más que el deseo y el recuerdo. Por fin se quedó dormida.

Ya faltaba poco para que se llevaran el cuerpo sin vida de Pablo. El principio del fin se acercaba. Él se mantenía inquieto en el lugar. Estaban a punto de servir el chocolate con queso de bola cuando una mujer vestida de negro entró callada y cabizbaja al apartamento. Caminaba despacio como si estuviese descalza. No miraba a nadie, simplemente se dirigía hacia la caja. Parecía esa escena pictórica del Velorio de Francisco Oller cuando aquel personaje funesto se mantenía frente al cuerpo del niño como si lo hubiese venido a buscar.

La madre de Pablo la observó desde que entró por la puerta, reconociéndola de inmediato. Era la ex’amante. Él también la reconoció. Su juventud se había ido a morar en otra dimensión; igual que una persona se quita una máscara y su rostro queda al descubierto ante la mirada cruel de todos los demás. Sus ojos caídos mostraban la pesadumbre de aquellos años que jugaba con Pablo a la infidelidad.

La mamá de Pablo la miró con ojos llorosos mientras se le acercaba. Aunque no decía nada, era como una transmisión tal vez telepática, infundiéndole un perdón por todo lo que su hijo le había hecho. La mujer la miró con cierta ternura y le dijo en voz baja —lo que pasó, pasó, no se preocupe.

Él por su parte me hablaba de un término: entendimiento. Sonó estúpido e incongruente, pero era lo único que Pablo le pedía a Dios. Una definición que estaba basada en su vida y sus experiencias, era un pedido humilde que surgía como parte de su esencia.  Esa palabra, encerraba una sabiduría total y callejera. Esa sabiduría y ese mismo pedido lo mantuvo siempre con vida. Una sintonía que estaba fuera de la pobredumbre social, religiosa e hipócrita que nos arropaba diariamente. Un pedido sensato, que lo ayudó a tomar decisiones en momentos cruciales.

Aunque no le gustaba estar rodeado de gente, le pidió a su Dios que lo ayudara a bregar con cualquiera. Cuando terminaba esas horas de contemplación, le decía con un tono autoritario, —men, orgullo pa’l carajo.

Ahora, cuando todo aquí está a punto de acabar, él podía tocar de cerca las mentes privilegiadas que siempre estarán plagadas del orgullo que siempre criticó. Enfocadas en la humillación y el discrimen. Pablo, como no era privilegiado y mucho menos académico podía ser cualquier persona. Ese concepto del saber que tuvo sobre las cosas lo había convertido en un ser distinto, con una visión de mundo totalmente diferente. Si bien es cierto que fracasó con la única mujer que quizo, lo demás en su vida fluía con entera normalidad. Sobre todo en esos espacios inciertos donde la valentía se apodera de la sensibilidad.

Me dijo que dejó de ver a Pablo a finales de los 80. Él ya no frecuentaba el caserío y no veía a su amigo como antes.  Se veían esporádicamente. Era el tiempo de apartarse y él había inundando su vida de trabajo para no volverse loco.

Supo que Pablo había conseguido un trabajo en los muelles, cerca de lo que en aquella época se conocía como la Base Naval. Me indicó que la compañía se llamaba “Puerto Rico Dry Dock”.  Allí, en un espacio abierto que parecía un precipicio, llegaban los barcos de alta mar cuando sus hélices se jodían. Si se miraba desde arriba, parecía el hueco de un edificio cuyas puertas de metal sólidas detenían el mar abierto. Lentamente el barco penetraba el espacio mientras el agua de mar salía dejando la proa al descubierto, encayado en torres de madera que sostenían miles de toneladas de peso.

Una vez el barco estaba listo y el lugar estaba completamente seco, se bajaba una escalera estrecha y sin barandas. Era como bajar tres pisos de un edificio. Allí, Pablo con su equipo de soldadura, se metía en una de las cavidades estrechas de la estructura del barco y recomponía puntos que el salitre había destruido. Eso; por el día. Por las noches, continuaba su vida como soldado de calle hasta las madrugadas.

Mientras fumaba, recordaba esa y otras instancias de su vida con Las Fiestas de Cruz en el Viejo San Juan, cuando por primera vez bajó con Pablo pa’ La Perla. Las vueltas en su Camaro y el olor a pasto sin semilla en el caserío. Las discusiones filosóficas que jamás olvidó y todo ese revuelo que cruzó por más de una década.

A mediados de los 80 él se había convertido en todo lo que criticaron juntos.

Él parecía un burócrata, de esos que caminan encorvados con camisa y corbata.

Pablo se había quedado en otra dimensión de su vida. 

¿Cómo murió?—le pregunté

Me contó muy despacio que el matador agredía a su compañera sin compasión.

Pablo estaba bebiendo con su gente cerca de la mesa donde estaban sentados, al lado de un billar.

La pelea de pareja, que comenzó como un chiste se había convertido en algo violento. Las palabras pueden transformarse en instrumentos de destrucción—me decía mientras relataba lo acontecido. 

Van y vienen como si fueran proyectiles disparados a quema ropa. Son los momentos en que el lenguaje se usa como un arma mortal.

Me contó que Pablo estaba intranquilo porque la gritería no lo dejaba hablar con los suyos.

La escena estaba lista y la mecha se iba a enscender en cualquier momento.

Pablo estaba a punto de explotar y así mismo fue.

En el “Bar Paradise” una barra de hace mil años en Guaynabo y en contra de todas las voces que lo acompañaban, Pablo se levantó, tiró la butaca donde se había sentado minutos antes, se acercó al individuo pidiéndole que suspendiera el escarceo.

El hombre empujó a la mujer tan fuerte que se tropezó de frente con la mesa donde estaba su gente.

Rafi, que era el dueño y el “bartender”, estaba a punto de salir de la barra.

La mujer se quedó inmóvil por espacio de unos segundos. El indiduo se le cuadró a Pablo frente a frente.

Pablo esquivó la izquierda del tipo y le metió un “tutazo” que lo viró hacia donde estaba Rafi.

Pablo se dirigía hacia la chica cuando de pronto, una detonación inundó el espectro del lugar ante el asombro de los que estaban allí. El hombre le había disparado por la espalda.

La chica salió corriendo despavorida y ensangentada, puesto que el proyectil había destruido parte del costado de mi amigo y parte de la sangre le salpicó encima.

La mujer corrió como una loca hacia el estacionamiento. La bala había penetrado la espalda de Pablo y según los médicos forenses, viajó por el costado, tropezando con sus huesos, destruyendo una de sus arterias principales.

Pablo había muerto practicamente en el acto.

Rafi agarró uno de los tacos del billar y le bateó sin piedad la mano derecha del hombre, que era la mano que sostenía el arma.

Su gente jamás se imaginó que el tipo estaría armado. Mucho menos que le dispararía a su amigo.

Cuando el disparo sonó, se agacharon de momento, pero cuando vieron a Pablo en el piso, envuelto en un charco de sangre; sabían sin tocarlo, que estaba muerto.

Al principio, ellos iban a dejar pegao’ al individuo allí mismo, pero de pronto, se miraron en segundos.., y el dictámen estaba hecho. El destino de ese hombre se había escrito en la mirada de tdos ellos. Se llevaron vivo al tipo de allí.

Dicen que su gente “pescó” al cabrón cuando se disponía a escapar por la puerta trasera.

Justo después que Rafi le rompió la muñeca al asesino, sacaron al asesino como si fuera un ciminal de guerra, llevándolo hacia donde estaba la Van estacionada.

Lo tiraron adentro con el desprecio humano que se merecía, y salieron “chillando goma” del lugar.

A estas alturas, ni él ni nadie se ha atrevido a decir, a pensar y menos; preguntar lo que le hicieron dentro de la guagua cuando salieron del lugar. —No quiero ni imaginarme lo que sucedió dentro del vehículo, me dijo apesadumbrado.

Ante los ojos policiacos, el asesino desapareció misteriosamente.

Al final de todo, dentro del velatorio, cuando pensamos que todo estaba dicho, su madre rompió el silencio aterrrador que había, se le acercó y le dio una pequeña nota. Le dijo al oído que él nunca lo olvidó.

Ella le preguntó muchas veces que por qué no lo buscaba, pero él le contestaba a su mamá que aunque sabía dónde él estaba, era mejor así. –Si lo busco regresaríamos a lo mismo y va a terminar jodío, mamá, le contestó siempre.

Con una voz tenue, ella le pidió que leyera la nota sin que nadie lo viese. Así que la tomó en su mano y la guardó en el bolsillo de la chaqueta. Caminó despacio hacia la caja de su amigo, en un pequeño rincón donde no había nadie, comenzó a leerla.

—Sabes que no soy bueno escribiendo cosas. También, que muchas veces tú eras el que pensabas en hacer lo que estaba bien. Siempre te admiré por eso. Esto que te digo es para que me hagas un último favor. Si me matan, dile a ella que me perdone. Nunca deseé nada malo para ella. Nunca pude olvidarla. Por favor, ve donde ella y díselo tú. A ti te va a creer.
 Aunque tú te desapareciste, sé que para ti y para mí, nuestra amistad valió la pena. Antes de que se me olvide..., si puedes, habla con algún cura o religioso para que le diga a los que están allá arriba, que tengan piedad de mi alma. En verdad, nunca quise joder a nadie... Te veo... Pablo.

En ese instante, fue donde estaba la mujer a cumplir el último deseo de su amigo. Su rostro se encontraba frío como un tempano de hielo. Y su mirada se había desencajado cuando pensaba cómo murió. Creo que nunca antes pudo ser tan asertivo.

La llamó varias veces hasta que se le acercó lentamente. Le dijo que tenía una nota. Ella en un tono sarcástico le preguntó que si este era el momento de pedir perdón. Él le pedió que no lo jodiera y que lo dejara hablar.

Creo que uno tiene que respetar la voluntad de los seres que uno quiere o quizo alguna vez. Comenzó diciéndole. —El me ha pedido que lo perdones, que nunca quizo hacerte daño. Si me crees o no, realmente me importa poco, pero creo que dijo la verdad, amiga. Quítate ese puto reencor y déjalo en paz.

Ella se quedó muda por espacio de segundos. Sus ojos se humedecían. Mientras le habló, se quedó en silencio y cabizbaja. Lentamente se fue alejando de su presencia. A lo lejos, ya desaparecía de su vista. Esa fue la última vez que la vio. No se si lo perdonó. Al menos tuvo que haber quedado algo en su conciencia.

Sintió al fin un leve alivio. Él había cumplido el deseo de Pablo. Por fin pudo hacer algo, aunque ya no estuviese vivo. Se detuvo unos segundos frente a su madre para decirle que hizo lo justamente lo que él le pidió en la nota.

Después que se despidió de mí, él agarró sus llaves.., ya era tiempo de irse.

Cuando enscendió su vehículo para irse sintió una presencia, esta vez, al ambiente no estaba cargado. Una brisa penetró el espacio interior mientras enscendía un cigarrillo. Esa misma brisa estremeció su alma dejando un sabor placentero en su espíritu. En ese momento sintió la despedida de su amigo en sus entrañas.

Sabía que estaría agradecido.

 Fin.



Escarceo - Actividad o trabajo antes de comenzar a desarrollarla de una manera continuada y definitiva.

Al Final del Camino, capítulo 7. ©José Carlo Burgos, 2018. Todos los Derechos Reservados. Ilustración José C. Burgos. Prohibida la reproducción total o parcial, digital o por medios convencionales de este material sin previa autorización el autor.

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