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9/30/2019

Las Drogas han tocado de cerca nuestras puertas…




Primera Parte: Mi hermano José…

Heriberto se divorció de mi mamá y se casó por segunda vez, muchos años atrás. 

Con su segunda esposa tuvo dos hijos, una niña y un niño. 

En el caso nuestro, mi familia se compone de tres hermanos. Yo soy el del medio. Naturalmente el que más problemas le dio a mi mamá quien desgraciadamente, luego de una prolongada enfermedad, murió hace apenas dos años.

Mis hermanos por parte de padre, Josefina y José se criaban normalmente, al menos eso era lo que se veía desde lejos.

Al cabo de unos años, mi padre vuelve a divorciarse esta vez por la supuesta infidelidad de quien era su segunda esposa. 

Al divorciarse, la niña se quedó con su madre y en cuestión del niño, mi padre fue a los tribunales para quedarse con su custodia y allí prevaleció.

Pero mi padre no tenía una residencia propia, vivía con sus padres quiénes eran mis abuelos par parte de él.

Fue un tiempo difícil ya que mi abuelo enfermó y aparentemente como consecuencia de una cirugía murió poco después.

Mi padre trabajaba en publicidad hasta altas horas de la noche y en la madrugada. Cuando finalmente salía, terminaba la noche en una barra de billar que se llamaba el “Black Ball” en Levitown, cerca de lo que se conocía como Palo Seco. 

Allí, en la Avenida Dos Palmas se veía esa barra, y precisamente mi padre se le conocía como el monarca de la bohemia y  billar mientras pasaba las horas bebiendo y jodiendo con sus amigos.

José salía de la escuela, llegaba al interior de una casa para pasarla con una señora anciana, loca y amargada, llena de periódicos viejos y muebles de antaño cayéndose en pedazos.

Poco a poco la vida de ese niño se fue alimentando con amistades. Llegó el tiempo que comía al salir de la escuela al lado de la barra en espera que mi padre apareciera.

En el caso nuestro, mi padre apenas nos buscaba. Lo veíamos a veces una vez al año en días memorables como Navidad y si acaso en despedida.

Por lo cual veíamos a José muy poco.

Ya de joven adulto intenté entablar una relación con mi padre pero decidí alejarme por que en esencia somos totalmente distintos.

A veces un sábado que otro lo visitaba en la barra y le preguntaba por José, él mismo en la mayoría de las ocasiones no sabía dónde se encontraba. Para aquel entonces, José no era un niño, era un joven adulto.

Uno de esos días en que fui a visitar a mi padre, cuando llegué al lugar había un desbarajuste. José junto a otros dos jóvenes los había arrestado la policía cuando intentaron robar un negocio.

En ese momento me enteré que José era usuario de drogas.

Fue encarcelado por espacio de varios años. Allí, dentro de la prisión se tatuó completo. Ya no era el mismo niño inocente que conocí en mi infancia.

En la cárcel, con el uso de agujas infectadas para inyectarse heroína se enfermó con la desgracia que adquirió el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA).

Una vez salió, compartimos una vez en casa de mi madre cuando todavía vivía y José se veía tan bien…

Pero créanme son lapsos que duran muy poco.

Esa fue la última vez que tanto mis hermanos, mi mamá que en paz descanse y este, quien les escribe lo vimos con vida.

Tenía una novia y había comenzado a picar aquí y allá. Su novia trabajaba tiempo completo.

Poco a poco fue metiéndose nuevamente en el mundo de las drogas endeudándose de una forma angustiante para satisfacer su vicio.

Según mi padre, un día lo llamaron para que identificara el cuerpo de José al que unos delincuentes, en este caso narcos fueron a cobrar  su deuda y al José no poder pagarla, le cayeron encima y lo mataron a golpes. Quedó totalmente irreconocible y desfigurado.

Ahí terminó prácticamente mi relación con mi padre. Aun cuando traté varias veces y asistió al sepelio de mi madre, apenas compartimos juntos.

Las drogas, una crianza maltrecha y la ausencia de unos verdaderos padres mataron a mi hermano.

Segunda Parte: Una Tragedia Familiar

Las drogas a veces tocan la puerta de una manera trágica y sumamente triste.

La madre, doctora y su esposo, agente de seguros en una posición social de clase media bastante buena.

Su hijo, muy amigo de los míos en momentos en que mis hijos varones eran niños.

Con el tiempo, como sucede muchas veces cuando los estudios interrumpen los grupitos, mis hijos se hicieron independientes por lo que las amistades, incluyendo este joven varón, hijo de la doctora hacía lo suyo ya sin compañía de los míos.

Cada cual había tomado su vida y sus riendas. Pero desconocíamos un detalle.

El esposo de la doctora consumía drogas por lo cual sufrió un colapso nervioso en su empleo, quedando prácticamente incapacitado para trabajar.

Acostado mientras su esposa trabajaba continuaba consumiendo drogas y así las cosas su hijo comenzó a utilizarlas también.

Un buen día este señor le robó una receta firmada a su esposa para comprar estupefacientes y la farmacia en cuestión no se las vendió, notificó las autoridades y le dieron un escarmiento a la doctora, impidiéndole recetar directamente a menos que no fuese dentro de la unidad hospitalaria donde trababa.

Eso le cambió la vida y decidió divorciarse. 

Tanto su marido como su único hijo varón se marcharon pero siguieron utilizando drogas esta vez sin ningún detente.

Hace aproximadamente dos años atrás, mi esposa fue a pedirle una receta a la doctora. Allí se enteró que ya no podía emitir ningún tipo de receta privadamente. 

Cuando mi esposa le preguntó por su hijo, elle le contó que meses antes, recibió la llamada de una persona que le indicó que a su niño lo prendieron por una deuda de drogas.

Como trabajaba en el mismo hospital del estado, cruzó apenas una calle hasta llegar hasta donde su hijo se encontraba. Todavía vivía. Pero lo quemaron en un 92% de su cuerpo. Ella le indicó a mi esposa que sabía que su hijo no sobreviviría.

Poco después el joven murió a consecuencia de las quemaduras.

A ella, su ex marido le impidió que asistiera al sepelio de su hijo. Su único recuerdo reciente es haberlo visto en esa unidad, luchando apenas por lo que le quedaba de vida.

Mi esposa llegó a mi casa muy afectada. Todavía cierro los ojos y veo a ese niño jugando con los míos en la marquesina de mi hogar.

Tercera Parte: Lo vi Crecer y lo vi Perderse…

Una familia que era como decir mi familia. Cinco hermanos, tres niñas y dos niños.

En mi caso, el hijo varón es como decir mi hermano. Mi amigo del alma. Es quien sabe a ciencia cierta mis secretos y mis incapacidades.

Sus hermanas hoy día son profesionales, una de ellas trabaja en el correo, otra es doctora y la del medio es farmacéutica.

En el caso del niño varón, a quien vi crecer fue poco a poco yéndose del Colegio para insertarse en una parte del lugar donde vivo que es un barrio. Uno un poco difícil si no lo conoces.

Allí dio sus primeros pasos. A pesar que sus hermanas y mi amigo hicieron todo lo posible, hasta lo metieron varias veces en centros de rehabilitación de los cuáles se escapaba fácilmente.

Su madre era muy religiosa y murió mucho antes de haberlo visto en esas circunstancias.

Las jóvenes y mi amigo del alma se casaron y se fueron dejando a este chico solo con su padre. Un hombre muy bueno.

De hecho, era sumamente perturbador ver a ese niño subiendo la cuesta del barrio y detrás su padre quien le financiaba el vicio para mantenerlo cerca.

Pero como todo en la vida, su papá murió recientemente dejando a este joven solo y adicto.

Muchas veces, al regresar de la oficina, lo veo en las luces pidiendo para metérselo en las venas.

Apenas debe tener unos 30 años y se ve mayor que Yo, que tengo 57.

Asistí al sepelio del papá hace unos cuantos meses. Allí compartí con mi amigo del alma y sus hermanas. 

El hermano menor, el que es usuario de drogas no estaba.

Para finalizar…

Todos hemos sido de alguna u otra forma tocados por las drogas. 

Dentro de ese escenario no existen finales felices. 

En mi caso, la crianza de mi padre me dejó con una adicción: el cigarrillo. Y muchas veces digo que lo voy a dejar y no lo hago.

Me dejó además con el sabor de la bebida en los fines de semana. Tal vez porque como decía una buena amiga “las penas nadan”.

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