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5/29/2018

Una Leyenda Clásica

Cuando adolescente siempre escuchaba este cuento y siempre que lo oía me quedaba despierto toda la noche. Tal vez puede que omita algunos hechos pero desde mi mejor recuerdo aquí va con la esperanza de que les guste…

Poco a poco iba finalizando la fiesta de cuarto año de escuela superior en un recóndito lugar de un pueblo de la isla.

Allí, luego del baile, alboroto y fiesta, lentamente se iba despejando el lugar dejando el rastro vacío de un encuentro trascendental de la vida de cada estudiante.

De modo, que uno de los estudiantes abrió la puerta de su vehículo, un Volkswagen bien cuidado, lo encendió, metió el cambio y salió tranquilo por aquella carretera rural con poca iluminación.

Su chaqueta la tiró en la parte de atrás mientras conducía por aquellas curvas en aquel monte solitario. El humo del cigarrillo se esparcía con el frío de madrugada.

Varios minutos conduciendo por aquel tenebroso paisaje, pasó de largo cuando se le frisó su alma pues sintió haber visto algo a orillas de la carretera.

Detuvo la marcha, agarró la palanca de cambios y dio reversa a apenas 5 millas que marcaba el velocímetro.

No lo podía creer.

Era una chica.

Estaba a orillas de la carretera.

El muchacho se bajó del “Volky” y fue caminando hacia ella con todo el miedo del mundo...

La chica temblaba.

¿Te pasa algo, te puedo ayudar? ¿estás solita por aquí? con este frío—le dijo el joven

La muchacha no respondió. Estaba cabizbaja y aun temblaba.

El recién graduado fue corriendo a su auto y sacó la chaqueta y se la colocó sobre los hombros de aquella mujer, cubriéndole la espalda.

Ella no hablaba todavía.

No puedo dejarte aquí sola—le dijo el muchacho.

La chica lo miró como pidiéndole que la llevara a un sitio.

El chico con mucha ternura y con ambas manos la dirigió hacia el asiento de pasajero de su carro, cerró la puerta y poco antes de poner en marcha su auto, encendió otro cigarrillo.

Metió la llave, prendió su vehículo, lo puso en primera y poquito a poco fue saliendo de ese cuchillo a orillas de esa carretera.

¿Quieres uno?—él e ofreció un cigarrillo y ella lo aceptó…

Agarró la cajetilla y sacó el Salem lentamente, lo rozó en sus labios y lo encendió como si estuviera mirando a lo lejos cómo se quema una fogata…

Él no se atrevía a pronunciar nada cuando ella le dijo: ¿te graduaste?
Sí, estuvimos “pariseando” hasta ahora—le contestó él
Hasta que me encontraste—le dijo ella cambiando la vista hacia la carretera.

El muchacho guardó silencio.

La chica era hermosa. Perfilada, con un pelo negro como el azabache y lacio, tan largo que casi rozaba por debajo de sus hombros. Vestía una túnica blanca y para sorpresa de él, estaba descalza.

Lo único que quería era tocarla, besarla; en segundos, desde que la vio su espíritu había cambiado. 

Era lo más bello que había visto. Pero de la misma forma, esa chica a su lado le infundía un temor que no lo podía controlar.

¡Bésame! ¿no es eso lo que quieres?—le dijo ella mientras acercaba su rostro al de él.

El auto lo había detenido en un paraje solitario.
Ella llegó a tocar su rostro y sus labios fueron rozando la cara del chico con una ternura especial.

Él intentó tocar su cuerpo pero ella lo detuvo. Eso no—le dijo la mujer.

Ella regresó a su asiento y se incorporó como si nada hubiese pasado.

Ahora era él quien temblaba.

El muchacho volvió a darle marcha a su carrito ya que la chica le había pedido que la dejara en la próxima esquina. Que allí estaba cerca de su casa.

Al llegar a la intersección que la muchacha le había dicho, antes de salir del auto, se viró a donde él y lo besó, esta vez, un beso con fuerza de mujer. No me olvides—le dijo ella cuando salió de su carro. 

¡No!, nunca!—le dijo él mirando esa llamarada en los ojos de aquella hermosa mujer.

Ella salió y poco a poco se fue caminando hasta llegar a una pequeña acerita y muy despacio fue desapareciendo con la neblina y la oscuridad.

Otro cigarrillo le hacía falta así que lo prendió con sus manos temblorosas. Ella de cierto modo había desaparecido. Volvió a encender el vehículo y continuó su marcha hasta su residencia, a pocas millas de allí.

Al llegar a casa de sus padres, se dio cuenta que su chaqueta no estaba.

No podía dormir.

Así pasaron horas, minutos, segundos hasta que llegó la mañana.

Sin decirle nada a sus padres estaba decidido a recorrer el camino hasta encontrarla.

Estaba desesperado.

Llegó al lugar donde se despidieron, se bajó del auto y comenzó a caminar estrictamente por el mismo sendero que ella había caminado hasta donde le alcanzara su recuerdo.

Caminando y desilusionado, a lo lejos vio una casita humilde, cerca de la carretera. Hacia ella se dirigió.

No se atrevía a tocar pero escuchaba ruidos en el interior. Se armó de valor y tocó la puerta de entrada.

Una mujer mayor salió.

Aja, ¿dime? ¿qué quieres?—le preguntó la señora.

Es que de madrugada le di pon a una muchacha… él se la fue describiendo detalladamente.

La doña se tuvo que sentar.

¿Tú ves la casa que está cerca de ese palo que está allá?—le preguntó ella.

Sí, claro—él respondió.

Parecía una casa de gente adinerada, un poco más lejos de donde se encontraba.

Ella era la hija  de la señora de esa casa—le dijo la señora.

¿Cómo que era?—le contestó él, ya con voz baja y entrecortada.

¿Pero, cómo que te encontraste con ella si murió? ¿Tú no sabes nada, verdad?—le preguntó ella de nuevo.

¡Dios mío! Dígame por favor…—le dijo él en tono de súplica.

Sí, ¡ella murió jovencita..! Hace algunos años estaban celebrando, creo que era como un quinceañero o algo así, la vimos salir porque jugaba con otras muchachitas, corriendo.., en una se movió un poquito pa’la carretera y no se dio cuenta que un tipo que venía jumo, se la llevó. Le dio bien duro… 

Corrimos pero la había “esvaratao”—le decía ella mientras él lloraba.

La lloramos mucho tiempo porque era bien buena. Un ángel—seguía contando la señora. El que le dio se fue a la fuga. Ese nunca apareció.—terminó diciéndole.

El chico estaba mudo. Si vas más adelante, antes de llegar al pueblo, hay una entradita pequeña y vas a encontrar el cementerio. Ahí está ella.—le dijo la señora.

¿Y su familia ¿qué hizo?—le preguntó él a ella.

Su papá se fue, abandonó a su esposa.., pues era su única hija. Ella se volvió loca. Nunca sale de la casa. Le traen comida, a veces veo que como que le traen “medecinas” o algo, pero nunca más la he visto salir por ahí.—le contestó la Doña.

Apesadumbrado como estaba, se despidió de la señora y fue cabizbajo hacia su auto. Dio la vuelta y fue a buscar la entrada.

Decidido a encontrarla, dejó el carro en la orilla y comenzó a caminar por el cementerio.

No encontraba nada.

Prendió un Salem y el humo se fue acomodando como si formara una pequeña señal.

Y lentamente fue caminando hacia una pequeña lápida, llegando al final del muro, donde terminaba el cementerio.

La inscripción leía:
“María, mi única hija, te amaremos siempre, 1962-1978”

Sobre la lápida, estaba la chaqueta.

Murió de apenas 16 años—pensó él para sí mismo.

Luego de horas sentado y fumando, se fue descorazonado.

En silencio.

El ruido del motor y los cambios del “Volky” se escucharon hasta que todo regresó a ese silencio sepulcral de aquel paraje misterioso y solitario.

En la tumba, cada verano, durante más de 35 años, empleados del cementerio podían ver un hombre de edad avanzada dejando unas rosas blancas en una de las tumbas de aquel cementerio.

Ella jamás volvió a aparecer.



5/28/2018

Secuestro Político

Atados de pies y manos 


OPINIÓN. Cada día el discurso oficial se desmorona poco a poco y cada segundo que pasa nuestro pueblo debe estar dispuesto a ceder sus derechos.  Es la deshonra de un país que ha cedido su dignidad.

Hace décadas proyectos, medidas aprobadas por políticos se tejían en cuartos oscuros donde se cruzaban las tenebrosas ideas de corrupción. Desde mucho antes los políticos se robaron el País.

La prensa por su parte ha sobrevivido con un apoyo periodístico acomodaticio y con portadas a color donde lo único subliminal que se desprende es el apoyo desde lejos a uno u a otro candidato.

Un motín a bordo entre una legislatura por un lado y un poder ejecutivo por el otro. Por cierto, en un territorio que ha perdido sus garantías de financiamiento. 

Un secuestro político que nace del chantaje de una Junta de Supervisión Fiscal que pretende desmantelar nuestra tradición y derechos laborales en contra del juicio de un sin número de expertos en todas las áreas.

Ante ello, esta misma Junta tiene la ficha del tranque y el ejecutivo no ha podido pararse de frente y decirle a este grupo de gente que no va a ceder absolutamente nada. Por el contrario, el gobernador pretende enviar el Proyecto de Ley que elimina la Ley 80 a la Legislatura para su aprobación.

Me pregunto ¿en manos de quién estamos? Yo creía que nuestros derechos laborales eran sagrados.

Y ante este cuadro político, los secuestradores de este gobierno comparecen y utilizan sus armas como gatilleros financieros. Sus intenciones: destruir cualquier curso de acción que se pueda interpretar como una amenaza a sus verdaderas intenciones que es en resumida cuenta cobrar la deuda.

Con la ausencia evidente de un líder fuerte, que le haga frente a este panorama, nuestra patria continuará este curso; este secuestro político que solo puede romperse con una voz ciudadana unida y con la sensatez para elevar un grito de protesta (sin violencia) como se ha hecho en otras partes del mundo cuando se reclaman los derechos más básicos de la dignidad humana.

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5/21/2018

Al Finan del Camino - Capítulo 7

El silencio del final...

Ella se había ido definitivamente al igual que su juventud. Ella físicamente estaba lejos de ser la misma persona que era. Vivía sola en el más estricto silencio. Su profesión acaparó esos espacios ocultos cuando Pablo se fue. Se sumergíó las horas muertas, los minutos y segundos en su trabajo, dentro y fuera de la casa. Se mantenía ocupada todo el tiempo que podía. Así dejaba de pensar.

La noticia estremeció el ambiente de su apartamento, igual a un temblor de tierra, mientras cocinaba. Esa misma voz anónima que perturbó la paz del escritor, la llamó a ella minutos después y le dijo en segundos que Pablo había muerto. No entró en detalles. Las manos de la ex comenzaron a temblar, dejando caer la cuchara con la que meneaba la olla. Se agarró del tope de la barra temblando y corrió al baño a vomitar como si estuviera borracha.

Arrodillada frente a su inodoro, escupió la bilis porque no tenía nada en su estómago. Se levantó con mucha dificultad y se enjuagó la boca. Salió del baño agarrándose y dando tumbos como si le hubieran dado una pela, hasta llegar al sofá. Las escenas sexuales de aquellos días se colaban sin explicación y la atacaban frenéticamente. Siempre supo que Pablo fue el único hombre con quién logró ese éxtasis al que llegan ciertas mujeres cuando gritan durante el orgasmo.

De pronto, se levantó violentamente, agarró el teléfono y lo lanzó a la puerta, destruyendo parte de la decoración en una de las mesas en la antesala de su apartamento. Esta vez, los vecinos no hicieron nada cuando escucharon los ruidos. No salieron.

Pasada la medianoche y después de haber estado llorando durante horas, encendió su “laptop” y compró un pasaje que la llevaría Puerto Rico aproximadamente, cuatro horas después. Estaba perturbada y sola, durante el viaje se tomó varias pastillas para tranquilizarse. Por lo pronto, trataba de olvidar pero era imposible. Una y otra vez pasó juicio sobre su vida.

Durante el viaje observó las nubes como si fuesen esculturas vivientes. Vio con asombro la imagen viva de Pablo llegando a su apartamento. Sintió sus manos deslizándose dentro de su falda, buscando esa ropa interior entre sus piernas. Poco a poco le iba bajando los “pantys” hasta dejarlos al nivel de sus rodillas. Ella se agarraba del borde con sus manos trincas mientras él le subía la falda hasta quedar desnuda de la cintura para abajo.

Sus dedos se iban acomodando hasta que las palmas de ambas manos abrían suavemente el entorno de sus caderas, dejando ver ese punto erótico que les fascina a muchos hombres y que en la mayoría de los casos lo prohíbe la religión. El dedo índice de una de sus manos se iba introduciendo mientras que con la otra mano acariciaba el bello púbico que la protegía.

En medio de ese viaje mental, no podía evitar mover sus manos hacia esas mismas partes de su cuerpo, pero se detenía ante el miedo de las miradas de otros pasajeros. Pensó masturbarse en el baño del avión, pero sabía que una vez pasara ese momento, se sentiría peor de lo que estaba. Se sentiría mucho más sola y aislada. Además, ya las pastillas iban haciendo ese efecto y su mirada se apagaba como cuando se cierra una ventana, dejando un leve contorno en la oscuridad.

Había transcurrido una hora desde que el avión despegó. Los tranquilizantes pudieron más que el deseo y el recuerdo. Por fin se quedó dormida.

Ya faltaba poco para que se llevaran el cuerpo sin vida de Pablo. El principio del fin se acercaba. Él se mantenía inquieto en el lugar. Estaban a punto de servir el chocolate con queso de bola cuando una mujer vestida de negro entró callada y cabizbaja al apartamento. Caminaba despacio como si estuviese descalza. No miraba a nadie, simplemente se dirigía hacia la caja. Parecía esa escena pictórica del Velorio de Francisco Oller cuando aquel personaje funesto se mantenía frente al cuerpo del niño como si lo hubiese venido a buscar.

La madre de Pablo la observó desde que entró por la puerta, reconociéndola de inmediato. Era la ex’amante. Él también la reconoció. Su juventud se había ido a morar en otra dimensión; igual que una persona se quita una máscara y su rostro queda al descubierto ante la mirada cruel de todos los demás. Sus ojos caídos mostraban la pesadumbre de aquellos años que jugaba con Pablo a la infidelidad.

La mamá de Pablo la miró con ojos llorosos mientras se le acercaba. Aunque no decía nada, era como una transmisión tal vez telepática, infundiéndole un perdón por todo lo que su hijo le había hecho. La mujer la miró con cierta ternura y le dijo en voz baja —lo que pasó, pasó, no se preocupe.

Él por su parte me hablaba de un término: entendimiento. Sonó estúpido e incongruente, pero era lo único que Pablo le pedía a Dios. Una definición que estaba basada en su vida y sus experiencias, era un pedido humilde que surgía como parte de su esencia.  Esa palabra, encerraba una sabiduría total y callejera. Esa sabiduría y ese mismo pedido lo mantuvo siempre con vida. Una sintonía que estaba fuera de la pobredumbre social, religiosa e hipócrita que nos arropaba diariamente. Un pedido sensato, que lo ayudó a tomar decisiones en momentos cruciales.

Aunque no le gustaba estar rodeado de gente, le pidió a su Dios que lo ayudara a bregar con cualquiera. Cuando terminaba esas horas de contemplación, le decía con un tono autoritario, —men, orgullo pa’l carajo.

Ahora, cuando todo aquí está a punto de acabar, él podía tocar de cerca las mentes privilegiadas que siempre estarán plagadas del orgullo que siempre criticó. Enfocadas en la humillación y el discrimen. Pablo, como no era privilegiado y mucho menos académico podía ser cualquier persona. Ese concepto del saber que tuvo sobre las cosas lo había convertido en un ser distinto, con una visión de mundo totalmente diferente. Si bien es cierto que fracasó con la única mujer que quizo, lo demás en su vida fluía con entera normalidad. Sobre todo en esos espacios inciertos donde la valentía se apodera de la sensibilidad.

Me dijo que dejó de ver a Pablo a finales de los 80. Él ya no frecuentaba el caserío y no veía a su amigo como antes.  Se veían esporádicamente. Era el tiempo de apartarse y él había inundando su vida de trabajo para no volverse loco.

Supo que Pablo había conseguido un trabajo en los muelles, cerca de lo que en aquella época se conocía como la Base Naval. Me indicó que la compañía se llamaba “Puerto Rico Dry Dock”.  Allí, en un espacio abierto que parecía un precipicio, llegaban los barcos de alta mar cuando sus hélices se jodían. Si se miraba desde arriba, parecía el hueco de un edificio cuyas puertas de metal sólidas detenían el mar abierto. Lentamente el barco penetraba el espacio mientras el agua de mar salía dejando la proa al descubierto, encayado en torres de madera que sostenían miles de toneladas de peso.

Una vez el barco estaba listo y el lugar estaba completamente seco, se bajaba una escalera estrecha y sin barandas. Era como bajar tres pisos de un edificio. Allí, Pablo con su equipo de soldadura, se metía en una de las cavidades estrechas de la estructura del barco y recomponía puntos que el salitre había destruido. Eso; por el día. Por las noches, continuaba su vida como soldado de calle hasta las madrugadas.

Mientras fumaba, recordaba esa y otras instancias de su vida con Las Fiestas de Cruz en el Viejo San Juan, cuando por primera vez bajó con Pablo pa’ La Perla. Las vueltas en su Camaro y el olor a pasto sin semilla en el caserío. Las discusiones filosóficas que jamás olvidó y todo ese revuelo que cruzó por más de una década.

A mediados de los 80 él se había convertido en todo lo que criticaron juntos.

Él parecía un burócrata, de esos que caminan encorvados con camisa y corbata.

Pablo se había quedado en otra dimensión de su vida. 

¿Cómo murió?—le pregunté

Me contó muy despacio que el matador agredía a su compañera sin compasión.

Pablo estaba bebiendo con su gente cerca de la mesa donde estaban sentados, al lado de un billar.

La pelea de pareja, que comenzó como un chiste se había convertido en algo violento. Las palabras pueden transformarse en instrumentos de destrucción—me decía mientras relataba lo acontecido. 

Van y vienen como si fueran proyectiles disparados a quema ropa. Son los momentos en que el lenguaje se usa como un arma mortal.

Me contó que Pablo estaba intranquilo porque la gritería no lo dejaba hablar con los suyos.

La escena estaba lista y la mecha se iba a enscender en cualquier momento.

Pablo estaba a punto de explotar y así mismo fue.

En el “Bar Paradise” una barra de hace mil años en Guaynabo y en contra de todas las voces que lo acompañaban, Pablo se levantó, tiró la butaca donde se había sentado minutos antes, se acercó al individuo pidiéndole que suspendiera el escarceo.

El hombre empujó a la mujer tan fuerte que se tropezó de frente con la mesa donde estaba su gente.

Rafi, que era el dueño y el “bartender”, estaba a punto de salir de la barra.

La mujer se quedó inmóvil por espacio de unos segundos. El indiduo se le cuadró a Pablo frente a frente.

Pablo esquivó la izquierda del tipo y le metió un “tutazo” que lo viró hacia donde estaba Rafi.

Pablo se dirigía hacia la chica cuando de pronto, una detonación inundó el espectro del lugar ante el asombro de los que estaban allí. El hombre le había disparado por la espalda.

La chica salió corriendo despavorida y ensangentada, puesto que el proyectil había destruido parte del costado de mi amigo y parte de la sangre le salpicó encima.

La mujer corrió como una loca hacia el estacionamiento. La bala había penetrado la espalda de Pablo y según los médicos forenses, viajó por el costado, tropezando con sus huesos, destruyendo una de sus arterias principales.

Pablo había muerto practicamente en el acto.

Rafi agarró uno de los tacos del billar y le bateó sin piedad la mano derecha del hombre, que era la mano que sostenía el arma.

Su gente jamás se imaginó que el tipo estaría armado. Mucho menos que le dispararía a su amigo.

Cuando el disparo sonó, se agacharon de momento, pero cuando vieron a Pablo en el piso, envuelto en un charco de sangre; sabían sin tocarlo, que estaba muerto.

Al principio, ellos iban a dejar pegao’ al individuo allí mismo, pero de pronto, se miraron en segundos.., y el dictámen estaba hecho. El destino de ese hombre se había escrito en la mirada de tdos ellos. Se llevaron vivo al tipo de allí.

Dicen que su gente “pescó” al cabrón cuando se disponía a escapar por la puerta trasera.

Justo después que Rafi le rompió la muñeca al asesino, sacaron al asesino como si fuera un ciminal de guerra, llevándolo hacia donde estaba la Van estacionada.

Lo tiraron adentro con el desprecio humano que se merecía, y salieron “chillando goma” del lugar.

A estas alturas, ni él ni nadie se ha atrevido a decir, a pensar y menos; preguntar lo que le hicieron dentro de la guagua cuando salieron del lugar. —No quiero ni imaginarme lo que sucedió dentro del vehículo, me dijo apesadumbrado.

Ante los ojos policiacos, el asesino desapareció misteriosamente.

Al final de todo, dentro del velatorio, cuando pensamos que todo estaba dicho, su madre rompió el silencio aterrrador que había, se le acercó y le dio una pequeña nota. Le dijo al oído que él nunca lo olvidó.

Ella le preguntó muchas veces que por qué no lo buscaba, pero él le contestaba a su mamá que aunque sabía dónde él estaba, era mejor así. –Si lo busco regresaríamos a lo mismo y va a terminar jodío, mamá, le contestó siempre.

Con una voz tenue, ella le pidió que leyera la nota sin que nadie lo viese. Así que la tomó en su mano y la guardó en el bolsillo de la chaqueta. Caminó despacio hacia la caja de su amigo, en un pequeño rincón donde no había nadie, comenzó a leerla.

—Sabes que no soy bueno escribiendo cosas. También, que muchas veces tú eras el que pensabas en hacer lo que estaba bien. Siempre te admiré por eso. Esto que te digo es para que me hagas un último favor. Si me matan, dile a ella que me perdone. Nunca deseé nada malo para ella. Nunca pude olvidarla. Por favor, ve donde ella y díselo tú. A ti te va a creer.
 Aunque tú te desapareciste, sé que para ti y para mí, nuestra amistad valió la pena. Antes de que se me olvide..., si puedes, habla con algún cura o religioso para que le diga a los que están allá arriba, que tengan piedad de mi alma. En verdad, nunca quise joder a nadie... Te veo... Pablo.

En ese instante, fue donde estaba la mujer a cumplir el último deseo de su amigo. Su rostro se encontraba frío como un tempano de hielo. Y su mirada se había desencajado cuando pensaba cómo murió. Creo que nunca antes pudo ser tan asertivo.

La llamó varias veces hasta que se le acercó lentamente. Le dijo que tenía una nota. Ella en un tono sarcástico le preguntó que si este era el momento de pedir perdón. Él le pedió que no lo jodiera y que lo dejara hablar.

Creo que uno tiene que respetar la voluntad de los seres que uno quiere o quizo alguna vez. Comenzó diciéndole. —El me ha pedido que lo perdones, que nunca quizo hacerte daño. Si me crees o no, realmente me importa poco, pero creo que dijo la verdad, amiga. Quítate ese puto reencor y déjalo en paz.

Ella se quedó muda por espacio de segundos. Sus ojos se humedecían. Mientras le habló, se quedó en silencio y cabizbaja. Lentamente se fue alejando de su presencia. A lo lejos, ya desaparecía de su vista. Esa fue la última vez que la vio. No se si lo perdonó. Al menos tuvo que haber quedado algo en su conciencia.

Sintió al fin un leve alivio. Él había cumplido el deseo de Pablo. Por fin pudo hacer algo, aunque ya no estuviese vivo. Se detuvo unos segundos frente a su madre para decirle que hizo lo justamente lo que él le pidió en la nota.

Después que se despidió de mí, él agarró sus llaves.., ya era tiempo de irse.

Cuando enscendió su vehículo para irse sintió una presencia, esta vez, al ambiente no estaba cargado. Una brisa penetró el espacio interior mientras enscendía un cigarrillo. Esa misma brisa estremeció su alma dejando un sabor placentero en su espíritu. En ese momento sintió la despedida de su amigo en sus entrañas.

Sabía que estaría agradecido.

 Fin.



Escarceo - Actividad o trabajo antes de comenzar a desarrollarla de una manera continuada y definitiva.

Al Final del Camino, capítulo 7. ©José Carlo Burgos, 2018. Todos los Derechos Reservados. Ilustración José C. Burgos. Prohibida la reproducción total o parcial, digital o por medios convencionales de este material sin previa autorización el autor.

5/20/2018

Al Final del Camino - Capítulo 6

Su ex amante...

Cuando Pablo llegó a Estados Unidos convivió con una mujer por mucho tiempo. Se enchuló de ella casi desde el momento que piso territorio extranjero y la vio por primera vez. Una profesional que le llevaba varios años, divorciada y sin hijos.  Él me relató muchos detalles mientras fumábamos en el apartamento, frente al cuerpo de Pablo. Me habló que la pasión erótica entre ambos fue muy fuerte, —tal vez más para ella que para Pablo—me decía.

Dijo entre otras cosas que muchas veces el tiempo y las circunstancias matan la convivencia. Pablo le detalló a él numerosos incidentes. En este caso, él que resultaba ser el escritor, veía las cosas naturalmente desde afuera, como si estuviese en las gradas. Durante ese transcurso de tiempo, Pablo le expresó textualmente y totalmente atormentado que ella le abría las patas cuando quería algo, pero cuando él sentía el deseo de meter mano con ella, no había una puta manera de penetrar aquella piel.

Le expresó además que las mujeres te satisfacen en segundos y te provocan, pero se esconden en su egoísmo. Su novela se nutrió de muchas expresiones similares y definía estos asuntos como —una cosa de piel, el arma más poderosa que existe, un arma de fuego que le dispara a los sentimientos; los tritura, los envuelve en un juego mortal cuyo final está representado gráficamente en los obituarios de los periódicos.

Me habló hasta la saciedad sobre este tema.  Pero siempre caíamos en el precipicio de la relación. Pablo sabía que la obsesión podía volver loco a cualquiera. Me indicó con cierto miedo que tocaba ese tema de reojo porque eso en particular tocaba a su amigo directamente. 

Pablo siempre fue un hombre muy obsesivo. Ella, totalmente diferente. La seducción era su arma más poderosa y la manejaba como una experta. Si la gente del caserío hubiese visto esto desde lejos esa situación en pantalla, como si fuese una película, le hubiesen dicho a Pablo que —la puta era una bellaca mala... 

Él en cambio trataba de ser más diplomático. Intentaba explicarle a Pablo sobre esa parte inexplicable que tienen algunas mujeres para capturar la atención de los hombres. Pablo nunca lo entendió.

Ella por su parte tenía su método. Me dijo que lo denominaba, como un tipo de secuestro emocional que funcionaba a la perfección. Lo agitaba. Cuando Pablo llegaba, ella lo recibía totalmente desnuda. Desnuda, salía por la puerta, feliz de la vida, arriesgándose a que sus vecinos la vieran. Lo iba asediando poco a poco hasta que lo tiraba en la cama y se le trepaba encima como si fuera una pantera.

En ese momento lo único que existía para Pablo era esa mujer. Le importaba un carajo lo que sucedía a su alrededor. Ella era primera que cualquier cosa. Ella lo sabía. Con el tacto, la mujer tenía toda la libertad del mundo. Lo seducía, se metía su pene entre sus labios y se lo mamaba pensando que lo iba a poner a comer de la palma de sus manos.

"El poder del sexo tiene en su esencia un aroma particular—me mencionó tantas y tantas veces. Sobre todo cuando la mujer es distinta y ella lo era. Estaba dispuesta a todo sin importar nada. Y en el sexo, más todavía. Lo provocaba y le dañaba la mente. Muchas veces lograba que saliera del trabajo y de sus cosas para satisfacer su ansiedad sexual que estaba a flor de piel.

Muchos años pasaron desde entonces hasta ahora. Pablo tenía su apartamento en el caserío cuando se enteró que ella vendría a Puerto Rico por varios días. Él nunca supo explicarme a ciencia cierta cómo pactaron el encuentro de ellos dos para reunirse.

Me contó que cuando se encontraron, se saludaron con un beso en el cachete y no pronunciaron una sola palabra durante todo el trayecto. Decidieron ir a cenar a un restaurante pequeño, de esos que recordaban con cariño, albergando probablemente en su interior cierta intimidad de años anteriores. Al llegar, buscaron con la mirada, la misma mesa apartada de antaño y se sentaron nerviosos en el filo de los asientos.

Después de tomar unas copas de vino y ella secarse la boca como si fuera una aristócrata, con las servilletas de lujo que se colocan sobre las mesas, le dijo que había regresado porque necesitaba hablar con él.

Después de todo, ella sufrió las consecuencias directas de su huída. Ella quería con sus palabras dar el primer golpe—me dijo en voz baja.

Su ex amante comenzó imponiéndose en la conversación, triturando el hielo que se forma cuando dos seres se juntan y ninguno de los dos quiere hablar. Comenzó diciéndole que no quería que malinterpretara su regreso. Pablo, a la defensiva, esquivando, los hechos como un contendiente de boxeo, la interrumpió bruscamente pidiéndole que recordara todas esas veces que él estuvo para ella y que definitivamente; —eso a ella le importaba un carajo. La voz de la mujer volvió a penetrar las grietas de la conversación;
—¿Vamos a pelear otra vez, verdad?¿qué pendeja soy? Ella sintió en ese momento esa misma sensación en la piel que la llevó casi a la tumba cuando se enfrentaron los dos fuera de la Isla.

Tú sabes bien que lo que hice, lo hice a pesar del riesgo—la voz de la mujer parecía un campanario anunciando un toque de queda. Un lapso de silencio estremeció la mesa en ese momento.

Sabes Pablo, me lastimaste, ¡te fuiste y me dejaste en el piso!, no tienes una puta idea de lo que le tuve que decirle a esa gente para que me dejaran en paz—le decía ella sin despegar la vista de sus ojos.

¿A qué gente tú te refieres; de qué tú me hablas?—le cuestionó Pablo,

Ella sacó su pañuelo y se secó la cara. Tenía la voz quebrada, al punto que para poder hablar tenía que hacer unas breves pausas cuando contestaba.

—No te hagas el pendejo; Pablo. En verdad ¿tú no sabes de quién puñeta yo hablo?, no vale la pena ni contestarte— le dijo ella en un tono cínico.

Y qué carajo querías que hiciera, ¡sí!, me imagino, te conozco, que me quedara, ¿verdad?, ¿y después qué?, un maldito negro puertorriqueño le cae encima a una mujer blanca y media gringa; ¿qué tú crees que hubieran hecho los puercos de allá fuera?— Le contestó Pablo con mucha ironía.

Ella pensó en explicarle el asunto del hospital, la versión que le dio a los policías y al personal que la atendió. Incluso a los vecinos que se quedaron en una pieza cuando les dijo que no había pasado nada.  Estaba segura que no valía la pena explicar un carajo. La única contestación que pudo salir de sus labios fue;

Tú no entiendes cómo me siento Pablo— con deseos de llorar.

Ella entonces comenzó a hacerle un recuento. Le habló de sus celos, la envidia, su persecución obsesiva, llamadas y discusiones que desembocaron en peleas. Le mostró marcas en el cuerpo que no se iban a borrar...

Yo sé que para ti no valió la pena, para mí es diferente—le contestó él.

Ella buscó en su cartera la cajetilla y prendió un cigarrillo. Todavía se podía fumar en los restaurantes. Pablo permanecía en silencio absoluto.

No se trata de decir que valió o no la pena—La voz de la ex había regresado a la normalidad. 
—No se trata eso, pendejo, tú sabes bien de lo que se trata.

¿Y para qué estás aquí ahora?—la voz de Pablo volvió a estremecer la mesa.

Para decirte en tu cara que me voy, que no quiero que me busques, que me llames. No quiero un carajo de tu persona, ¿me entiendes ahora?—en ese instante, ella no tenía tacto alguno al hablar.

Pablo trató de recapacitar, pidiéndole que lo pensara. Que se arrepentía de lo que hizo. Le decía que ella lo llevó ese renglón que tal vez los abogados le llaman “locura momentánea”, aunque sabía que ese argumento jamás lo iba a dejar absuelto ante los ojos de su ex y menos aún, lo justificaría como agresor...

No hay nada más que hablar, te lo dije hace mucho tiempo, te lo dije Pablo, yo perdono pero no olvido, no quiero saber de ti; métete eso bien adentro—la expresión de ella fue tajante.

Pablo estaba cabizbajo y sin hablar.

Vuelve a tu mundo, Pablo. Ese mundo no es el mío. No eres para mí. No sabes nada, no maduras, no entiendes que cuando me miro al espejo me veo con los moretones. No sabes que me acuesto llorando y me levanto igual—ella terminaba su sermón cuando Pablo intentó agarrarle la muñeca pero ella retiró su brazo mucho más rápido sin que él tuviese oportunidad de atraparla otra vez.

No me toques..., no te atrevas porque esta vez no me voy a callar..., y lo sabes—era mucho más que la voz femenina de una mujer atormentada, era una orden.

Dicen los que saben de la materia, que hasta el más bravo de los hombres llora cuando una mujer se les para encima. Ella se levantó de la mesa, lo miró directamente a los ojos y le dijo 
no te atrevas a acercarte más a mí, ¿me entiendes?

Sacó un billete grande de su cartera y se lo tiró en la mesa, evitando que Pablo hiciera ese amago tonto de pararse.

—No te pares, no hace falta; ya me voy. Nos vemos, la mujer le dio la espalda con su cartera y siguió caminando despacio. Pablo se había quedado detenido observándola mientras salía del lugar. Lentamente, recogió sus cosas, mirando el plato de entremeses que permanecía intacto sobre la mesa.

La mente de Pablo volvía a recrear las escenas. Escuchaba de nuevo, la voz inquisitiva de ella, en aquella noche cuando él la agarró por un brazo para impedir que se fuera y la tiró al sofá de su apartamento.

Ella trataba de salirse de sus garras pero no podía porque él era mucho más fuerte.

—Déjame puñeta, le gritaba ella—me voy pa’l carajo pendejo,
¡Quién carajo tú te crees que eres para venir a joder conmigo, canto ‘e cabrón!

Pablo apretaba los labios para no escupirle en la cara. La había visto con su ex marido días antes. Y lo que vio, le jodió el sistema. No podía creer que después que se acostaron tantas veces, todavía ella le estuviese dando esperanzas a ese pendejo.

Ella seguía insultándolo hasta que Pablo le gritó que se callara la —fucking boca. La mujer no se callaba y siguió hablándole sucio. Hasta que Pablo le metió un puño cerca de las costillas que la dejó sin aire. Con la mano al revés, le viró la cara, partiéndole el labio.

Después la agarró por el cuello y la pegó a la pared diciéndole que fuera la —puta última vez que le hablaba de esa forma. En segundos, se dio cuenta que la estaba asfixiando, así que la tiró al piso del apartamento. Ella se arrastraba como si la hubieran herido en un campo de batalla.

Buscó sin éxito cualquier objeto para defenderse pero su cuerpo la traicionaba. Casi no se podía mover. En segundos, él la volvió a agarrar por el brazo, levantándola y lanzándola al suelo, esta vez; con un fuerte golpe cerca a la mandíbula. Pablo la iba a golpear nuevamente pero comenzó a sonar el timbre de la puerta de entrada.

No paraba de sonar.

—¡Qué jodienda!, pensó él, en segundos.

Eran los vecinos. Pablo retiró sus manos, dejando que se cayera nuevamente al piso del apartamento. La mujer caía de bruces casi inconsciente. Pablo abrió la puerta de golpe, desplazando violentamente a los vecinos. Parecía que una ráfaga de viento con fuerza de huracán los hubiera azotado en cuestión de segundos.

El se les paró de frente y les dijo
one fucking word..!— y les mostró el cañón que cargaba en la cintura.

Salió de allí corriendo.

Seguros de que él se había ido, los vecinos finalmente entraron y vieron a su vecina que estaba entre medio del delirio como consecuencia del dolor por los golpes. La sala del apartamento estaba deshecha. Atravesaron con dificultad los objetos que se rompieron durante la trifulca. 

Ella; que escuchó a Pablo cuando salió..., lo único que pudo balbucear fue
—don’t do anything, please don’t do a fucking thing.

Pablo salió caminando rápido del lugar totalmente alterado. Llamó a un taxi para que lo recogiera en la parte trasera del edificio. Los vecinos la levantaron mientras llamaban al 911 durante la histeria y la conmoción. Parecía tener fracturas hasta en la quijada. La ambulancia llegó y Pablo no aparecía por to’ el canto.

Iba de camino al aeropuerto.

Salió de Chicago, dejando todas sus pertenencias. Lo único que se trajo fue su billetera, y por supuesto; el arma de fuego que cargaba encima. ¿Cómo la pasó por Aduana?, él nunca pudo averiguarlo. Las malas lenguas dicen que le costó tres de los grandes llevársela. ¿Qué sucedió con las cosas y el sitio dónde vivía?, tampoco él lo supo. Llegó al caserío de madrugada como ladrón en la noche. Se tiró en la cama con los ojos abiertos. Su mirada atravesaba el techo y terminaba en esa región hostil donde los seres humanos se maltratan a sí mismos.

Al pasar el tiempo, él siempre supo como su amigo que las horas de agresión de aquella noche nunca quedarían atrás. Pablo aceptaba que sí; que la había jodío’.

Pero punto seguido, como él mismo le dijo,
—¿qué puñeta quieres que te diga?, no nada, no hay un carajo que me justifique.

—Vamos a cambiar el “fucking tema, ok.

¿No tienes miedo que ella se te aparezca y te trate de joderte después de esa pela?— Él le preguntaba

—Mira..., bro’, ella jamás se va atrever a hacer nada. Tú me conoces. En mi caso, como dicen por ahí, excusas pa’l carajo. No hay mucho más que decir. ¡Ah!, que estoy arrepentido, que no voy a joder a ninguna otra mujer..., eso es mierda hermano. Hay que estar en ese momento para saber qué carajo se siente.

—Yo la vi a ella con ese cabrón y parecían una ‘fucking’ pareja. ¿Dónde quedaba yo... ¡ah!? Entonces tú piensas cómo se te metió esa mujer por debajo, te buscó, te llamó hasta volverte loco.  Te llevó finalmente a su apartamento sin imaginar; y esto está cabrón, que cuando abrías la puta puerta te encontrarías con una mujer desnuda de la cintura pa’bajo., ¡imagínate! ¿Qué puñeta tú crees que yo iba hacer?

¿Y por qué no te quitaste antes. Me explico, Pablo; picabas, te ibas, sin remordimientos y un carajo de compromisos o jodiendas—Él lo cuestionaba como si fuera un fiscal interrogando un testigo.

—“Me pasó lo que nunca ‘men; me enchulé de la cabrona...”—.

A partir de ese momento el tema ya cruzaba una frontera peligrosa. Pablo ya no quería seguir hurgando en la herida porque era demasiado profunda y poco a poco esa tertulia cambiaría de tono, dejando un ambiente demasiado tenso. Las discusiones sobre otros asuntos se iban acabando.





Bellaca – adicta(o) al sexo.
Trifulca – pelea entre dos o más
Bro – “brother”, hermano, una forma peculiar de llamar a un amigo
Enchule- enemorarse, obsesión pasional


Al Final del Camino, Capítulo 6. ©José Carlo Burgos 2018, Todos los Derechos Reservados. Ilustración: José Carlo Burgos. Prohibida la reproducción de este material digital o miente otros medios digitales sin previa autorizaciónón del autor.

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