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7/04/2019

Un abismo cultural

Carta publicada en los medios por el profesor Leonardo Haberkorn
El pasado 7 de noviembre de 2018, un profesor y catedrático universitario uruguayo, Leonardo Haberkorn renunció a su puesto de enseñanza con una carta muy singular.

Su renuncia fue publicada en los principales medios escritos de prensa y se convirtió en un comunicado contundente y una expresión viral en las redes sociales. 

Titulada “Me cansé.., me rindo, el profesor expresó lo siguiente: 
—me cansé de pelear contra celulares, contra “whats app” y “Facebook”. Me ganaron. Tiro la toalla. Me cansé de estar hablando de asuntos que a mi me apasionan ante muchachos que no pueden despegar la vista de un teléfono que no cesa de recibir “selfies”

A pesar que no soy maestro, mucho menos profesor, he comprendido dolorosamente que de cierto modo la cultura educativa de mi tiempo se desvanece. Ya no tiene pertinencia en esta época. Pero peor es que con ello se ha hundido en las profundidades del mar ese interés genuino; no digo de todos pero de muchos jóvenes por encontrarse a sí mismos dentro de un ámbito de cultura educativa que los fortalezca y los haga mejores seres humanos.

Ese universo cultural, en donde los maestros se convertían en la mayoría de los casos en padres, consejeros y psicólogos terminó. Así mismo el orden disciplinario de una época que no puede competir con una tecnología que ha sustituido las esferas de normalidad de la conciencia humana por una representación digital que inunda las pantallas de los celulares y las tabletas con historias y vídeos todo el tiempo.

 Sin embargo, muchos de nosotros nos hemos ido adaptando. Ya ven; escribo y lo coloco en mi página. Pero esa interacción es casi un esfuerzo rudimentario sobre el cual trato vehementemente de que sea un granito de arena a base de mi criterio personal.

Pero definitivamente esa ola tecnológica que comenzó hace décadas ha trazado una dirección y un modo de interactuar que ha transformado una sociedad, ha cambiado la manera de hacer negocios, de ver, analizar y comprender las cosas que nos rodean.

Esa misma interconexión ha alterado los espacios de la juventud y las áreas de enseñanza, sumergiéndonos a todos sobre unos procesos anónimos de transmisión digital que jamás pensé fuesen posibles o de otro modo nunca pensé que vería como algo normal de la vida diaria en nuestra sociedad.

Lo cierto es que esa misma tecnología lo ha cambiado todo. No es que estemos bajos los preceptos de una enorme transición. Ese tiempo pasó. Es un momento distinto donde una generación interactúa desmedidamente con imágenes visuales, mensajes de texto y canales de Internet sobre un tiempo que al parecer no transcurre. Se queda dormido en un espacio que ninguno de nosotros puede identificar. 

El tiempo de esa época que añoro, de ir a una biblioteca, leer un libro, una revista, tocar, saborear sus páginas, papeles y volver a cada una de ellas para escudriñar el pensamiento o clímax de la lectura está en otro pasado. Pertenece a otro mundo. Un hemisferio que me pertenece. 

Un mundo donde el que más y menos trabajaba. Las cosas eran manuales a pesar de la maquinaria rudimentaria y en donde para sumar y restar lo único que nos hacía falta era un papel y un lápiz.

Un mundo donde el intercambio verbal, la oratoria y el debate así como la tertulia entre amigos y compañeros era un tesoro.

Uno en el cual el valor del ser humano era mucho más que las características sociales de una representación digital que vemos continuamente en las redes y que tal y como indica el profesor, la inmensa mayoría de los jóvenes están cautivos en ellas.

En mi caso particular, lo único distinto entre ese profesor y yo es que hasta ahora no me he rendido y tampoco he tirado la toalla.

El tiempo dirá.
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