Según reportó el periódico El Vocero hoy, 23 de enero de 2025, la gobernadora electa de Puerto Rico, Jeniffer González, expresó su interés en colocar un monumento o estatua de Donald J. Trump en el Paseo de los Presidentes, localizado en San Juan. Esta declaración fue realizada durante su toma de posesión y ha causado reacciones inmediatas en la esfera política y social del país.
A preguntas de la prensa sobre este asunto, el presidente del Senado, Tomás Rivera Schatz, manifestó que la propuesta de González le importa “un soberano pito”. Sin embargo, añadió irónicamente que, de construirse, la estatua de Trump debería ubicarse en la costa de Loíza, una de las áreas más afectadas por la erosión costera, “para llamar la atención de lo que está pasando allí”. También sugirió, en tono sarcástico, que podría colocarse en algunos municipios pobres “para que miren hacia allá”, según reportó Wilmarielys Agosto para El Vocero.
La gobernadora parece ignorar que el legado de Donald Trump no es solo divisivo, sino que representa un capítulo profundamente cuestionado en la historia reciente. La presidencia de Trump marcó un antes y un después, no solo para Estados Unidos, sino para el mundo entero. Sus políticas y declaraciones avivaron tensiones raciales, promovieron la xenofobia y profundizaron las divisiones sociales y económicas en la nación norteamericana.
Para Puerto Rico, en particular, Trump dejó una marca difícil de olvidar: desde su falta de acción efectiva tras el huracán María hasta su insensibilidad hacia las necesidades de la isla, que llegaron al extremo de lanzar rollos de papel toalla a los damnificados, un gesto que simboliza para muchos el desprecio y la burla hacia nuestra tragedia.
La colocación de un monumento a Trump en el Paseo de los Presidentes no solo sería un insulto a la memoria colectiva del pueblo puertorriqueño, sino también una peligrosa validación de los valores que representó su administración: el odio, la exclusión y la arrogancia del poder.
Ante un mundo en el que nada es igual desde la juramentación de Trump, cabe preguntarse: ¿qué valores queremos perpetuar en nuestra sociedad? ¿Qué mensaje enviamos al colocar una estatua de un presidente que no solo dividió a su país, sino que también ignoró las necesidades de Puerto Rico? Mientras muchos de nosotros luchamos por construir un futuro basado en la justicia, la equidad y la humanidad, parece que algunos prefieren honrar un pasado que representa todo lo contrario.
Nos toca decidir si el Paseo de los Presidentes será un espacio que refleje los valores de dignidad y progreso o si, por el contrario, se convertirá en un monumento al oportunismo político y al olvido de nuestra historia.
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