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2/26/2025

El abuso de poder y la desinformación erosionan la libertad de prensa


En 2017, durante los Golden Globes, Meryl Streep pronunció un discurso que hoy, casi una década después, sigue resonando con fuerza:


"And this instinct to humiliate, when it’s modeled by someone in the public platform, by someone powerful, it filters down to everybody’s life, because it kind of gives permission for other people to do the same thing. Disrespect invites disrespect. Violence incites violence. When the powerful use their position to bully others, we all lose."


Sus palabras advertían sobre los efectos de la humillación y el abuso de poder en el ámbito público, una reflexión que cobra aún más sentido al analizar el trato que han recibido periodistas como Cecilia Vega, corresponsal de la Casa Blanca para ABC News, o la Dra. Christine Blasey Ford, quien enfrentó el escarnio público por su testimonio en una audiencia de alto perfil.


Casi una década atrás, Cecilia Vega, corresponsal de la Casa Blanca para ABC News, fue víctima del desprecio público de un presidente que se ha caracterizado por su hostilidad hacia la prensa. Su caso no fue aislado. En ese mismo periodo, la Dra. Christine Blasey Ford también fue ridiculizada durante un mitin político del entonces presidente, quien cínicamente menospreció su testimonio.


"I know you're not thinking, you never do."


Esa fue la expresión de Donald Trump dirigida a Cecilia Vega cuando intentaba formularle una pregunta en una conferencia de prensa. Un ataque directo, gratuito, que expone su desprecio hacia el ejercicio del periodismo.


No soy periodista, pero respeto profundamente la profesión. He visto a muchos de sus exponentes arriesgar sus vidas en defensa de la verdad. Desde su lanzamiento como candidato en 2016, el ataque de Trump contra la prensa ha sido incesante. Su estrategia no responde a una visión política, sino a una herramienta de control para desviar el escrutinio sobre su administración.


Para la prensa honesta, la que no disfraza ni tergiversa la verdad, este ataque representa un reto de vida. Para la nación, significa un peligro latente cuando la figura con más poder la deslegitima sistemáticamente. En su discurso, Trump ha construido la narrativa de que la única prensa válida es la que no lo cuestiona, aquella que opera con fundamentos extremistas y que apela a una audiencia cautiva, dispuesta a aceptar sin reparos cualquier teoría de conspiración que refuerce su doctrina.


Esta prensa vendida al mejor postor ha cedido su dignidad para mantener su influencia. En el proceso, ha impulsado narrativas peligrosas que erosionan los pilares de la democracia. Y es que, trágicamente, estas teorías han dejado de ser simples desvaríos para convertirse en dogmas inamovibles para una parte significativa de la población.


Lo que ocurrió con la Dra. Ford es solo un recordatorio de un modo político que no ha cambiado y que hoy se recrudece. Vivimos en una era donde la desinformación y el fanatismo han desplazado al pensamiento crítico. Cuando analizamos países de primer orden, supuestamente civilizados, imaginamos un compromiso con las libertades individuales, los derechos humanos y una prensa libre. Sin embargo, en Estados Unidos, el trato a la prensa sugiere un deterioro preocupante de estos valores.


Recordemos el intercambio entre Jim Acosta, periodista de CNN, y Trump en 2016. En un acto sin precedentes, la Casa Blanca le revocó su credencial de acceso. Durante numerosas conferencias de prensa, se le ordenó callar, se le interrumpió, y en un episodio particularmente vergonzoso, se le arrebató el micrófono.


El mensaje era claro: la administración Trump no tolera la verdad ni la libertad de expresión. Su legado es el de una política basada en una visión distorsionada del poder, donde la burla y el menosprecio son armas para desmantelar el discurso crítico. Y cuando una sociedad normaliza estas conductas, la democracia se resquebraja.


Es imposible ignorar que, entre los defensores de esta presidencia, figuran individuos como Alex Jones (InfoWars), Steve Bannon (Breitbart News) y Ann Coulter, todos promotores de una agenda extremista que desprecia las minorías y se sostiene sobre informaciones tergiversadas. Su discurso no solo manipula la opinión pública, sino que fractura a la nación en un conflicto ideológico sin precedentes.


No se trata de ser "políticamente correctos". Se trata de proteger un sistema de gobierno que respete la verdad y preserve el rol histórico del periodismo como contrapeso del poder.


Bajo el amparo de una religiosidad hipócrita, esta administración ha intensificado su ataque contra la diversidad y la comunidad hispana. Ha fomentado una retórica divisiva que ha llevado a más del 30% de la población a creer que el periodismo es el enemigo, cuando en realidad es uno de los últimos bastiones contra la injusticia y la corrupción.


El fin justifica los medios en esta presidencia, y la prueba está en su estructura de poder: una maquinaria calculada que explotó cada grieta del sistema para instalar un modelo que socava la democracia. El resultado es un país más dividido que nunca, donde la verdad es una víctima más del juego político.


 

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