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5/15/2019

Ningún castigo es suficiente


Hay casos cuyo nivel de crueldad es tan alto que no existen palabras para describirlo. 

Las palabras se quedan cortas. 

No existen tan siquiera expresiones que se acerquen y nos ayuden a entender y comprender lo que sentimos.

Son casos que cambiarán para siempre nuestra mente y nos harán repensar en todo lo que creíamos hasta ese instante. 

El pasado sábado, 23 de marzo de 2019, un joven de 19 años quemó a una jovencita de tan solo 13 años en más de un 90% de su cuerpo.

A Wilson Meléndez Bonilla se le impuso una fianza de 3.5 millones de dólares, la cual no prestó y, por lo cual, fue ingresado a la cárcel de Las Cucharas en Ponce.

Según lo que trascendió en la prensa, Wilson irrumpió en la residencia de la menor, la roció con gasolina y con un encendedor le prendió fuego. Ella fue ingresada en estado de gravedad al Centro Médico de Río Piedras mientras el imputado fue arrestado horas después admitiendo los hechos.

Trágicamente, la adolescente de 13 de años sucumbió ante la gravedad de las heridas y murió el domingo pasado, 12 de mayo de 2019.

No les puedo explicar el nivel de frustración que sentí cuando llegó la alerta del periódico El Nuevo Día dando la noticia de su fallecimiento.

Al menos, la Secretaria de Justicia, Wanda Vázquez en un comunicado de prensa informó que hará los pasos necesarios para radicar cargos por asesinato en primer grado al joven asesino.

El problema es que nuestro nivel de humanidad quiere algo más que justicia: quiere venganza.

Algo que sea proporcional. Un castigo tan doloroso como el que le hizo pasar a esta niña.

Pero obviamente debemos dejar que los procesos jurídicos sigan su curso. 

Si en efecto se queda en prisión, el sistema correccional le dio a él la opción de vivir. Opción que él le quitó a ella.

Por ahí surgen miles de ideas que no son fáciles de describir y que nos llevan por otro sendero. Uno que jamás deberíamos ni imaginarnos tan siquiera.

Se me va la mente y la mirada se me pierde entre la tristeza y el coraje.

Ahora, digo yo como aquella campaña publicitaria: ¿qué nos pasa Puerto Rico?

Podemos culpar a quien sea, pero todos somos responsables. Somos responsables de una sociedad que atesora la violencia, vive en su mayoría en la ignorancia y cultiva las drogas como método de supervivencia ante un cuadro social tétrico y preocupante.

Una sociedad que vive la mayor parte del tiempo en las redes y se quita de los estudios, no leen o analizan lo más básico y se mantienen enajenados en un mundo donde se propaga cada vez más las divisiones, la burla, el acoso sin hablar de la parte sexual que está latente constantemente.

Una sociedad que es dependiente en donde el dinero ha extraído sus valores y su cultura dejándolos a merced de un universo político cuyos integrantes en su inmensa mayoría viven de la avaricia, las apariencias y ese suburbio de lujos y capital que los excluye y los aísla de su universo social.

Nos falta mucho para acercarnos a una sociedad donde prevalezcan los valores, la educación y el amor al prójimo. Nos falta mucho para comprender que la única manera de caminar responsablemente es con la verdad, la justicia y el deseo genuino de ayudar y comprendernos unos a otros.

Mientras eso no suceda, casos como estos quedarán en nuestra historia no como un aviso, sino como una advertencia en nuestra conciencia y nuestro espíritu sobre actos que tristemente jamás podremos olvidar.
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