Cuando el novelista Salman Rushdie publicó a sus 41 años, los Versos Satánicos en 1998, el líder supremo de Irán, Ayatollah Ruhollah Khomeini, no tan solo hizo un llamado a la cancelación de este novelista, sino que públicamente declaró que esto era un atentado en contra del Islam, por lo que le exigió al pueblo Musulmán que asesinara a Rushdie y a cualquier cómplice en la publicación y producción de la novela impresa. Con la apuesta de una recompensa multimillonaria y más de una docena de muertos en su trayectoria, incluyendo un traductor japonés, y el editor de la versión noruega de la novela, Khomeini le demostró al mundo que, con la ayuda de los medios masivos, un mensaje podía llegar y alcanzar literalmente, de la noche a la mañana, a cualquiera y en cualquier parte, tal y como lo afirmó Jonathan Rauch en su libro “The Constitution of Knowledge, A Defense of the Truth”. Según José van Dick, estos medios masivos nos han expuesto ante una distribución de contenido, noticias y entretenimiento en las redes sociales como Facebook y Twitter, que más allá de haber crecido exponencialmente con cientos de millones de usuarios activos, estos han penetrado todos los ángulos de interacción, por lo que cuando hablamos de cancelar, hablamos de un proceso en el cual se han agrietado controles, y se han afectado las intermediaciones sociales al igual que las rutas profesionales.
En 2018, una encuesta de Gallup reflejó que el 61 por ciento del estudiantado de la Universidad de Vermont admitió que el clima universitario les impide expresarse libremente por temor a represalias. En 2019, una encuesta realizada por Knigh
Foundation encontró que más de dos terceras partes del estudiantado se siente imposibilitado de expresar sus opiniones por temor hacia sus compañeros u otros estudiantes que pudiesen encontrarlas ofensivas. En la actualidad, según el libro de John McWhorter, “Woke Racism, How a New Religion has Betrayed Black America”, coexiste una censura auto infligida que prevalece en el ambiente universitario al igual que en el núcleo de la sociedad norteamericana. En un estudio en 2020 realizado por “Libertarian Cato Institute”, el 62 por ciento de la gente se siente impedida de expresarse en la medida que otros puedan sentirse ofendidos. Cuando tales temores se adhieren al componente mediático, el espectro del rechazo y el estigma se perfila como una tendencia de cancelación evidentemente inscrita en nuestra cotidianeidad. Para McWhorter, esta modalidad no se basa fundamentalmente en las ideas, se basa en la habilidad de señalar en virtud de un grupo haciendo un despliegue público de algún tipo de defensa sobre “valores sagrados” que dentro de esa misma coyuntura hayan sido amenazados. Comprender que, bajo la premisa de la cultura de cancelación, la expresión en contra puede suponer algún tipo de castigo.
Si nos preguntáramos, ¿en qué forma la cultura de cancelación ha penetrado y transformado los cimientos de la sociabilidad y se ha convertido en una práctica legitima en la mediación social y digital?
Como estudio de caso, podríamos afirmar que la salida luego de 14 años de transmisión ininterrumpida de SúperXclusivo en WAPA TV, 2013, materializó a través de esos mismos canales masivos y redes sociales, una constelación dinámica de mecanismos tecnológicos, económicos y socioculturales, construidos a través de una realidad de propaganda que entre otras cosas se posicionó para eliminar del escenario de plataforma a cualquier adversario. En ese sentido, cancelar forma parte de una dimensión sobre la cual se pretende castigar sin profundidad analítica o argumentación, estigmatizar y promulgar áreas de restricción como el destierro en la mediación social o el boicot como herramienta de supresión que puede acarrear la extracción de los vínculos de la sociabilidad digital, la destrucción de la profesionalidad y la integridad personal. Un escenario que dirigió una estrategia publicitaria en Facebook, cuya campaña titulada “Todos somos Enrique”, y el llamado al boicot que atrajo más de 72 mil firmas, finalmente desembocó en la terminación de dicha programación.
Si tomáramos estos hechos como un estudio de caso y nos formuláramos la siguiente pregunta, ¿en qué forma la cultura de cancelación medió sobre el efecto y salida de la transmisión de SúperXclusivo en WAPA TV, para enero de 2013?, tendríamos que admitir que un comentario sobre la muerte de un publicista de 32 años, quien fue encontrado muerto en un área frecuentada por prostitutas provocó una reacción que eventualmente incidió en su cancelación. Ante el asesinato del publicista José Enrique Gómez Saladín, La Comay insinuó que la presencia del publicista en la calle Padial en Caguas, identificada como un centro de prostitución masculina y femenina, dejaba al descubierto la posibilidad de ¿qué hacía en una calle de esa índole o si se lo merecía o solía ser un cliente más? Este comentario logró el retiro de auspiciadores y anunciantes en el programa de SúperXclusivo, así como un movimiento generalizado que se tradujo en una campaña que recorrió el mundo a través de los medios sociales provocando un malestar generalizado dentro y fuera de Puerto Rico. En la noche del 8 de enero de 2013 las redes sociales se inundaron con la noticia de la renuncia del productor Antulio “Kobbo” Santarosa, quien personificaba a La Comay en el programa de SúperXclusivo en WAPA TV.
De acuerdo o no, en lo que respecta al análisis objetivo de SúperXclusivo como ejemplo y efecto en la mediación social, evidencia como expresa van Dick que las sociedades contemporáneas se han transformado al igual que sus instituciones y que a su vez forman parte de una mediación cultural y que los cambios y transformaciones en cada una de ellas son el resultado de una lógica de medios que las representa y las interpreta. En un mundo en que los gustos y las vistas adquieren mayor preponderancia que los “rating”, instituciones en los medios que adscritas a una programación como le fue SúperXclusivo, en su momento están precisamente dentro de ese renglón, sobre el cual los medios sociales se conjugan además como un juicio o una religión donde la cultura de cancelar permanece latente y se traduce también en un atentado para despojar de su dignidad social a cualquier persona.
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