Foto: José Carlo Burgos / Cementerio de la Capital, Viejo San Juan , Puerto Rico |
Nuestra vida material, metida en las profundidades del mar donde se
esconden las doctrinas religiosas de los dogmas tradicionales y una sociedad
puertorriqueña ceñida en el consumo con un egoísmo rampante y podrido hasta el
tuétano, con siglos de maldad que pesan sobre nuestras costillas. Una sociedad
cuyas nociones mundanas sobre la vida diaria provienen de una cultura maltrecha
con datos históricos imprecisos que unido a ciertos rasgos religiosos que se
nos han inculcado desde niños han creado una humanidad de pueblo plenamente hipócrita.
Una educación infantil e ignorante basada en una supuesta realidad sobre
meras especulaciones de grupos que buscan y buscarán para siempre la
salvación. Que lejos de ser religiosos, utilizan el dolor humano o las vidas de
seres ultrajados por sus propias decisiones.
Recuerdo en mi interior cuando vibraba el espectro infantil de la
iglesia católica. Ese culto modesto y solemne desde el sonido inicial de las
campanas de la iglesia hasta el saludo ficticio poco antes de la eucaristía.
Con el paso del tiempo aprendí que al escudriñar los libros, los
hechos históricos jamás se borran. Guerras salvajes de las Cruzadas, torturas
insólitas e inimaginables hacia los herejes y las sentencias injustas contra partidarios
de la revolución teológica en América Latina no podrían desembocar en otra cosa
que en la destrucción de la Fe cristiana.
Nuestros líderes religiosos; esos patriarcas de la moralidad; esos
supuestos exponentes de la verdad entre el bien y el mal tienen en su frente grabada
la codicia como si fuera una estampa tatuada en la piel. Poseen o al menos
ellos dicen que poseen el poder de la “Palabra” sin embargo es una palabra que no
es la de Dios.
Si de algo estoy convencido que en su intimidad pululan en las sombras
con las escenas pornográficas de la lujuria, la vanidad y la ira que unida y
entrelazada a esa avaricia desenfrenada se convierte sin lugar a dudas en la
fuente alterna de su naturaleza humana.
Frente a sus altares, resplandecen como si fueran actores de
Hollywood, con esa vestimenta religiosa repleta de santidad, impecable y
planchada, ante la mirada material y absurda de sus seguidores, quiénes buscan desesperadamente,
una escapatoria por aquello que fueron en el pasado.
Tal vez piensan y están totalmente seguros que Dios olvida. Que su
pasado no es más que un mero resbalón, un accidente por así decirlo en medio de su ascenso directo a la
divinidad. Utilizan la desgracia humana para fundamentar sus teorías. Establecen
ejemplos de carne y hueso como si los que estamos ajenos a sus prédicas
fuésemos de cierto modo e irónicamente los fenómenos de un circo.
Su principio dentro de su confidencialidad humana es sencillo: cambiar
su moralidad por el amor al dinero. Enfrascarse en luchas, atropellando a cualquiera
con el fin de lograr sus propósitos. Pero al final del día cuando se ven a sí
mismos frente al espejo, quedan pillados ante la estampa real de su miseria
humana. Por eso es que su refugio perfecto es la religión. Es la coartada
estudiada para cubrirse con un manto lleno de mentiras y falsedad. Si no me
creen lean los periódicos y busquen cuántos han sido acusados de actos
lascivos.
Dios se les aparece a su conveniencia y utilizan cualquier herramienta
como el engaño masivo de su prédica hipócrita. Con una oratoria aprendida logran
que miles de personas, ciegas por naturaleza y pobres de espíritu sustraigan de
sus carteras y billeteras sus ahorros. Aprovechándose como se aprovechan las
aves de rapiña para levantar un culto con el fin de crear un imperio religioso.
Así y con el tiempo, han levantado no tan sólo estructuras de concreto con
nombres ridículos sino que han creado toda una estampida en los medios con el
nacimiento de cadenas de televisión, la evolución tecnológica y digital de las
redes sociales y por supuesto, los programas de de televisión pidiendo dinero y
de radio además.
Un rebaño sedicioso que ha evolucionado como un Estado Político cuya
Sagrada Inquisición se encuentra en sus espaldas. Su contraparte; una
manipulación protestante masiva y un ministerio evangélico fanático cuyas
vertientes nos han llevado sin duda a pensar en los aspectos más ridículos de
la mente humana, como escalar paredes de oro cuando llegue el supuesto rapto final
de todos los tiempos.
En esencia todos estos religiosos o fariseos son nada más y nada menos
que instrumentos de venta o de destrucción masiva, donde se esconden sus
verdaderos intereses. El culto al dinero, al lujo y a la extravagancia, las
modalidades de la moda y la incursión de su peculiar moralidad en el ámbito
político. Ahí están sus dioses. Para su maldito enriquecimiento. Una filosofía vana que esconde la piel oscura
de la malicia religiosa que raya en la locura espiritual.
Y en medio de toda esta tempestad social y religiosa le hacen
competencia a los católicos sin pensar que fuera de esos muros de salvación,
está nuestra sociedad. Pero, la ironía es que a esa misma sociedad le importa poco
esos preceptos hipócritas cuyos hormigueros de gente viven en los templos “con
placeres para esconder el miedo y lo ajeno” como decía Facundo. Viendo cómo se
entregan a Cristo cerrando para siempre el infierno de su pasado. Una Biblia
debajo del brazo es suficiente para asegurar su pasaje a la salvación.
De manera que nuestra sociedad busca de Dios como una brújula dirige nuestros
pasos. Es ridículo concebir la salvación como una escalera precipitada al
paraíso con un número específico de personas escogidas. Pensar que son los
dueños de la verdad y esa verdad en algún momento nos irá a buscar tarde o
temprano. Similar a un personaje siniestro sacado de los “cómicas” para enfrentarnos
cara a cara con nuestro destino.
Los falsos profetas están por todas partes. Y se propagan como un
virus que se esparce sin control aparente. Gritan desde las aceras con las
escrituras en mano. Alejándonos cada vez más de la verdadera esencia de la
bondad, la dignidad, el amor, la tolerancia y otros valores que se intuyen como
principios y anhelos de nuestra humanidad.
Para mí lo único verdadero que llena mi espíritu jamás podría estar
plagado de sueños estúpidos con historias de salvación. Porque la verdad o el
significado inequívoco de la verdad está escrita sobre un velo de misterio con
miles de interrogantes.
Nos toca a cada uno dar cara a cada una de esas preguntas. Es por eso
que la salvación es individual. Cada cual debe cargar su propia cruz. Y el
espíritu, que convive en nuestro conciencia es por mucho, más de lo que esos
pendejos piensan que es.
Si la limpieza espiritual fuese una verdad, nuestra limpieza tiene que
comenzar con uno mismo, puesto que “no hay espíritu limpio si tú estás sucio”.
Extracto editado de mi libro: “Al Final del Camino”.
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